Espacio de opinión de Canarias Ahora
Escuela de cinismo
No recuerdo si la anécdota es de una novela, no sé si de Duras, o de la biografía de algún personaje real. Pero me vino a la cabeza al leer la información acerca del concurso “Cien años de debate” organizado por el Cabildo de Gran Canaria entre alumnos de instituto. Los participantes debían defender primero una idea y a renglón seguido la contraria. El tema elegido, en este caso, fueron los Cabildos que acaban de cumplir 100 años en su versión moderna.
Para Jesús Montesdeoca, que informó en La Provincia de tan singular justa, aquello “más que un debate ideológico fue una competición para poner a prueba el cinismo político de los participantes”. Dado que el acto lo presidió José Miguel Bravo, pepero soriásico todo él, acompañado de consejeros insulares de los partidos presentes en la corporación, me parece muy ajustada la apreciación. El añadido de un representante de la Universidad, como entidad colaboradora de semejante engendro, indica hasta qué punto ha penetrado también en los estamentos docentes que es bueno el aprendizaje del arte de defender en cada momento el discurso que mejor convenga sin reparar en la contradicción. Una forma de legitimar, por ejemplo, prometer el oro y el moro en los programas electorales y una vez conseguidos los votos hacer exactamente lo contrario. Le dieron, pues, al concurso el formato, pepero por supuesto, de la desvergüenza política generalizada.
Lo que este engendro aporte a la formación de los alumnos es asunto que corresponde a los pedagogos. Pero interesa anotar que no parece la vía más adecuada para transmitir a los jóvenes el conocimiento de las instituciones, lo que según los organizadores era uno de los objetivos. Ver a los mismos que defendían la conveniencia de reforzar los Cabildos proponiendo, a renglón seguido, su eliminación resulta demasiado para el body, dijéramos. Considerarlos una losa para la autonomía canaria, que debe su fracaso, entre otras cosas, a la subordinación de los Cabildos, a los que se carga con la responsabilidad de los conflictos entre islas y los males restantes indica un notable desconocimiento de la historia y de la entraña de los propios conflictos.
Uno, si les digo la verdad, está cansado de hablar con las paredes de estas cosas. Así que pasaré del fondo de la cuestión para centrarme en el hecho de la destrucción de las islas, de su cultura, de su medio ambiente terrestre y marítimo, de su paisaje, de su patrimonio arquitectónico, de todo cuanto, en definitiva, entorpezca el libre juego de la especulación ahora agazapada en lo que el Gobierno le prepara el terreno para que pueda desmadrarse de nuevo en cuanto pase la crisis. Son ya muchos, demasiados, lo que dudan de que las islas tengan algún futuro que ofrecer a los que vengan detrás, de modo que este concurso más bien parece un test, una reválida, para determinar el alcance de la destrucción de las tradiciones económicas, políticas y administrativas y si queda algo que pueda poner en jaque los negocios. Los concursantes no han hecho sino poner de manifiesto lo que no se les ha enseñado, cosa que, imagino, habrá llenado de contento a los políticos.
Los jóvenes participantes no dejaron de apuntar a problemas que sienten cercanos y que les inquietan para lo por venir. Ni que decir tiene que no obtuvieron respuestas que denoten un mínimo de sensibilidad. Y en hablando de insensibilidades, ¿la hay mayor que el empeño en gastarse una buena pasta gansa para eliminar la pista de atletismo del Estadio de Gran Canaria? Claro que las hay, pero esta es de las que claman al cielo.
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