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La estulticia de vanguardia

Alfonso J. López Torres

La RAE califica la “estulticia” como la tontería que, por necedad o por ignorancia, caracteriza a una persona. La palabra proviene del latín stultitĭa y se deriva de stultus, que significa “necio”.

Viene esto a colación debido a que en fecha reciente publicaba un periódico de tirada nacional que el actual Secretario General del Partido Popular, Teodoro García Egea, había pedido la mano de la que hoy es su mujer tocando la bandurria con la Tuna a la que pertenecía.

Una noticia, sin duda, propia de las redacciones veraniegas de los distintos medios y que no tendría mayor repercusión salvo para aquellos que pertenezcan a la Tuna – entre los que me incluyo – o para aquellos otros que sientan ese rancio y visceral rechazo a tal institución.

Como no podía ser de otra manera – son muchos ya los años contemplando estas situaciones – no tardó mucho la reputada Rosa Belmonte (columnista de provincias, tal y como se define en su Twitter) en saltar y hacerse la “portavoza” (sic) de la vanguardia socio cultural de este país, publicando en otro medio un artículo para lucirse con perlas de este calibre: “La bandurria es un instrumento de cuerda que llevan los tunos, esas manadas con capa y ropa que no conoce lavadora y a cuyo lado ‘La venganza de don Mendo’ es una obra de vanguardia. Demonios, es que lo es”.

Dejando a un lado la brillante prosa de la distinguida columnista de provincias “peyorista” (término este para quienes escriben sobre cualquier tema, sepan o no sobre el mismo, con peyorativos) permítanme darle la razón en cuanto a la higiene del traje de la Tuna ya que éste no se puede meter en la lavadora, puesto que al ser de terciopelo ha de llevarse de modo obligado a la tintorería.

Dicho esto, sí me gustaría aclarar algún que otro concepto. En primer lugar, sepa doña Rosa que la Tuna por definición es apolítica, abarca todo el espectro político de nuestra sociedad al estar conformada, como bien sabrá, por aquellas personas que voluntariamente acceden a ella y que estudian en la Universidad, siendo el nexo común una serie de valores como la música tradicional, la cultura popular de nuestro país y el afán por la búsqueda de un ocio sano y atemporal.

En segundo lugar, sepa la señora Belmonte que la bandurria es un instrumento tradicional del mismo modo que lo es la vihuela o el timple canario. No es, por tanto, de demasiado buen gusto el denostar a aquellos universitarios que tañen instrumentos tradicionales de este o cualquier otro país, máxime cuando da a entender en su escrito que solo los músicos de derecha lo hacen, sobreentendiéndose que los de izquierdas tocan el laúd o la guitarra.

Por último, y lo más grave de todo, es la calificación de “manada” refiriéndose a la Tuna y quienes la conforman. No solo está este termino fuera de lugar y contexto histórico, sino que hoy en día lleva implícito una serie de consideraciones que no han lugar por la gravedad de las mismas, de todos conocidas.

Cabe, no obstante, en descargo de Rosa Belmonte decir que el rencor que sutilmente refleja en su escrito ha de emanar probablemente de no ser ella el objeto de ronda o serenata alguna como la llevada a cabo por Teodoro García Egea a su novia , pues de todos es sabido que nada más español que la sana envidia, máxime en cuestión de amores.

Dicho esto, lo que realmente apena y preocupa es lo que con demasiada frecuencia vemos y presenciamos como falsa normalidad como son los ataques investidos de intelectualidad a todo aquello que quienes se arrogan la empatía popular, estimen obsoleto o que deba ser erradicado de nuestras tradiciones y cultura popular, sin importarles en nada la libertad de expresión de quienes estamos a favor de otras manifestaciones artísticas, sean o no retrógradas o pretéritas, máxime si como en el caso de la Tuna entroncan con la tradición secular de este nuestro país y nuestra Historia.

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