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El euro camina, pero la soga sigue apretando

Antonio González Viéitez / Antonio González Vieitez

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Que, como se sabe y a grosso modo, tienen las siguientes características. 1).- La globalización y la plena libertad de circulación solo existe en y para el mundo financiero. Ni las personas (muchas son sin papeles), ni las mercancías ni los servicios (todavía quedan aduanas y restricciones), gozan de esas libertades. 2).- En las finanzas y en la práctica diaria global, existe una absoluta desregulación. Aún así y por si pudiera aparecer un pizquito de legalidad, ahí están los Paraísos Fiscales más robustos y pimpantes que al inicio de la crisis, para solucionar y blanquear cualquier problema. 3).- Esa desregulación global tiene su origen en que los legisladores tienen dimensión estatal y sus leyes no tienen vigencia fuera de sus fronteras. En otras palabras, el Neocapitalismo ha conseguido impedir la existencia de un legislador global. Por eso, las llamadas que hacen algunos para defender la famosa soberanía nacional, demuestran simplemente que no saben cómo están las cosas. Viven o quieren vivir en otro mundo. 4).- Por último, la potencia de fuego de ese mundo financiero globalizado, en términos prácticos, es infinita. Solo dos datos para recordarlo. El primero es que si el PIB mundial se estima en unos 55 billones de euros, el valor de los activos financieros derivados (una suerte de dinero bancario evanescente pero de ineludible poder), se estima que puede llegar a los 1.100 billones de euros ¡nada menos que 20 veces más! Es decir, si se trata de poner liquidez encima de la mesa, la capacidad actual de los Estados (recordemos que han forzado a que todos los Bancos Centrales tengan plena autonomía de los gobiernos), es ridícula comparada con la que pueden montar los dichosos mercados. El segundo dato relevante es que, de todos los intercambios que cada día se realizan en los mercados mundiales apenas un 5% tienen contrapartida real, es decir que suponen movimientos financieros para comprar o vender mercancías y servicios. Por tanto, del orden del 95% de todos los movimientos son estrictamente intercambios de activos financieros por activos financieros (cambio de divisas, acciones por futuros, derivados por dinero, compra de preferentes, permutas de seguros?). Hay un comentario generalizado y es que “la imaginación humana que tiene una fertilidad infinita, donde ha llegado a su clímax es en la ingeniería financiera”. Pues bien, como sabemos de sobra y es fácil de entender, cuando los intercambios son de ese tipo solo pueden responder a movimientos y motivos especulativos. Y si ese tipo de operaciones adquiere la extravagante dimensión que ha logrado, es que la economía mundial funciona al revés. Y la estructura económica actual responde más a lo que se llama una “Economía de Casino” (Ah, Las Vegas?!), que a una que funcione para producir de forma sostenible bienes y servicios que son los que necesita una sociedad que pretenda mejorar y homogeneizar sus niveles de vida.

Si esto es así, se concluye que el único modo de meter en vereda el irracional y enloquecido Neocapitalismo (ojo! para una escandalosa minoría social, el sistema es perfectamente racional), es la creación de estructuras e instituciones políticas crecientemente globales, para que vayan regulando y ordenando, desde la perspectiva de los interese generales, el Neocapitalismo que está haciendo sufrir a sectores cada vez más amplios de los pueblos del mundo. Y en esa andadura, la transformación y democratización de la ONU, del Banco Mundial, incluso la necesidad de avanzar hacia una moneda única mundial, se convierten en objetivos necesarios. Acepto que se los llame utópicos, pero en el sentido literal del término “algo que parece irrealizable en el momento de su formulación”. Subrayando que ese “en el momento”, en los tiempos que corren está latente en cada suspiro.

Dicho esto, hablemos un momento del euro. Recordando que, en las últimas semanas, se viene recrudeciendo el debate mundial sobre su capacidad de sobrevivir. Y desde los centros del poder financiero (recordemos que la City londinense mantiene la libra esterlina y que Wall Street apoya el dólar), con el respaldo encendido de los famosos mercados, se está batallando para que el euro desaparezca de la faz de la tierra. En este sentido es absolutamente revelador lo que dijo la semana pasada Miguel Martín, presidente nada menos que de la asociación española de la banca, que apuesta por la “probabilidad” de la ruptura de la zona euro. Y añade que “el problema de España no son sus bancos (sic) sino su economía y que para arreglar su falta de competitividad, los sueldos y los salarios tienen que bajar durante 5 ó 10 años”

¡Acabáramos! Quienes quieren rematar al euro son los mismos que quieren que regresemos a la cuasi esclavitud. Y es que la globalización solo podrá avanzar si hace desaparecer las leyes, las reglas y las normas por las que todos hemos venido construyendo la civilización. Hasta ahora, el Neocapitalismo ha conseguido que no haya reglas internacionales, el siguiente paso es que desaparezcan las leyes nacionales que tanto trabajo a tantas generaciones ha costado poner en pie. O que las que queden, resten bajo mínimos. Y en ese recorrido arrasador, se encuentran con el euro, que ha unido a 17 monedas nacionales, algunas de las más poderosas de la Tierra. Y que comienza a tener estatus “pre-global”.

Precipitémonos a decir que el euro, tal como hoy es, está plegado a los intereses de la globalización financiera y no tiene otros propósitos transformadores. Lo que aquí se defiende es que, si quieres transformar alguna realidad, tienes que contar con instituciones y con instrumentos que estén al mismo nivel de aquella realidad que quieres transformar. Por eso, el retroceso a las monedas nacionales nos alejaría aún más de las posibilidades de transformar la globalización actual.

El principal problema del euro es que es una moneda sin Estado. Joaquín Estefanía (El País, 26 Junio) explicaba el ineludible proceso de avanzar hacia la unión bancaria y, en definitiva, la unión política europea, para que el euro pudiera llegar a ser la moneda de un Estado.

Es verdad, todos lo sabemos, que la Unión Política es condición necesaria pero no suficiente para transformar la globalización financiera. Pero también es verdad que solo a través de la Unión Política es posible comenzar a regular, dirigir, poner impuestos (en ocasiones prohibir: Paraísos Fiscales, posiciones bajistas?) sobre los endiablados instrumentos financieros al uso. Que son los que facilitan los desastres de Lehman Brothers, Bankia, la Caja Insular y el último esperpento letal de Barclays. De otra parte, la nacionalización de la Banca es una propuesta que está adquiriendo cada vez más apoyo social y que atesora inmensas posibilidades.

Por eso, las fuerzas más conservadoras de la UE, empezando por el gobierno del Reino Unido, quieren mantener al euro sin Estado.

Sin embargo, a lo largo de las últimas semanas, se ha comenzado a observar un punto de inflexión, un incipiente cambio de rumbo en la UE. Y se comienzan a escudriñar los aspectos más sensibles de la Unión Política.

En mi opinión, esto se debe a un par de factores. En primer término, se debe al derrumbe del ariete conservador bautizado como Merkozy. Y es que la llegada al Elíseo del socialista François Hollande ha roto el maridaje. Si a esto añadimos el formidable avance de Syriza en Grecia, y la mar de leva de la indignación en todos los pueblos europeos, entenderemos el nuevo giro de los acontecimientos. Donde, sobre todo, aparece la deslumbrante realidad de que ¡hay alternativas! Frente al mantra de “austeridad, austeridad, austeridad” va calando la evidencia, en el mundo político, también en el académico y, sobre todo, en el social de que sin crecimiento ahora, ya mismo, no va a ser posible salir del pozo.

Relacionado con esto aparece lo que creo es el segundo factor. Se trata de la evidencia de que ni en Grecia, ni en Irlanda, ni en Portugal, ni en España?se observan resultados de aplicar a rajatabla las políticas de austeridad. Y es que, cuando se obliga a los Gobiernos con más dificultades a aplicar una política de devaluación real (fuerte disminución del nivel de rentas de la inmensa mayoría), el consumo nacional tiene que disminuir. Entonces todas las posibilidades de crecimiento se transfieren al sector exterior, a las exportaciones. Pero si todos los Estados hacen lo mismo, la salida exportadora se hace imposible. Aquí, aparece de nuevo la dialéctica del todo y las partes. Y es que no se puede olvidar que los gastos de los unos (consumo) son los ingresos de los otros (rentas). Y cuando todos los agentes sociales están bajo mínimos, pregonar la austeridad pública como el bálsamo de Fierabrás es un error de libro. Porque, desde donde único puede venir el impulso al crecimiento y al empleo es desde el gasto público.

Y estos dos elementos están forzando la aparición, con mayor o menor potencia, de una nueva política en la UE. En efecto, el debate, las propuestas y las decisiones dejan de plantearse directamente por Merkozy, orillando las instituciones europeas, y pasan a discutirse y aprobarse en y por las propias instituciones europeas. Por primera vez y a impulso de Hollande, se aprueban políticas europeas de gasto (si se quiere tímidas) para impulsar el crecimiento y el empleo. Se acepta separar la deuda soberana de la deuda de los bancos, con la loable finalidad que los bancos se responsabilicen de su situación y no la carguen sobre los hombros de todos los ciudadanos. Se acepta que el BCE compre deuda de los países con dificultades en los mercados secundarios, los famosos eurobonos (es cierto que queda mucho para poderlo hacer en los mercados primarios, pero comienza a ser imaginable). Por último, se va a forzar a imponer la tasa Tobin, sobre las transacciones financieras.

En suma, el pragmatismo de los líderes conservadores europeos empieza a constatar la tremenda evidencia que la ideología no resuelve los problemas. Y Rajoy ha entendido con rapidez que su aliado es Hollande y no Merkel. Y que ¡fíjense ustedes! esto solo tiene que ver con la Política.

Para terminar, mientras todo esto está ocurriendo y, mientras en el ámbito de las políticas macroeconómicas se entrevé el punto de inflexión, en el mundo de la realidad de todos los días las políticas de recortes y austeridad siguen produciendo sufrimiento social importante y eludible. Dinamitando lo que llaman “flecos” y que no es otra cosa que Estado de Bienestar y, en el fondo, Civilización.

Y tendremos que seguir resistiendo. Pero ahora vamos a poder hacerlo en mejores condiciones. Estamos viendo que hay alternativas y que Hollande ha vuelto a adelantar la edad de jubilación en contra de todo lo que nos venían diciendo, que era imposible. Y que hay otras formas de compartir los esfuerzos y las dificultades. Y que, si pasamos del trabe de que “no hay alternativas”, el MIEDO que está atenazando a la inmensa mayoría de los ciudadanos comenzará a desaparecer.

Y, con menos miedo y con alternativas claritas, podremos incrementar las capacidades de organizar las protestas, socializarlas y transformarlas en proyectos organizativos cada vez más complejos y poderosos.

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