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El fútbol es así

Alexis Ravelo

Las Palmas de Gran Canaria —

Los he visto insultarse, escupirse, amenazarse, mentarse a la madre, mostrarse los genitales en actitud de gallito. Los he visto darse patadas, cabezazos, codazos, puñetazos, cachetadas. Alguna vez, como animales, hasta se han mordido entre sí. Los he visto presumir de poder facturar millones sin haber estudiado, mostrar con arrogancia su automóvil deportivo o las mujeres —para ellos,solo hembras— de belleza igualmente perecedera que la suya a quienes portan del brazo como si fuesen trofeos, y no avergonzarse de gastar más en videojuegos que en libros mientras su éxito comienza a extinguirse al mismo ritmo que su juventud, a la vez que firman autógrafos a niños para quienes son ídolos y que lo ven todo. Todo.

A sus jefes, esos del traje y el puro y los negocios sospechosos, los he oído hablar de defensa de colores, de queridas aficiones —que es como ellos se refieren a quienes proporcionan a sus empresas defraudadoras muchas de sus plusvalías, en un acto idiota de ingenua defensa de un clan para el que únicamente son basura—, de citas con sus semejantes —ellos los llaman rivales— que son siempre victorias potencialmente decisivas, importantísimas, imprescindibles.

Y a sus voceros, los supuestos informadores que hacen posible toda esta perversión, les he visto y oído disculpar todas esas y otras mezquindades, al mismo tiempo que fabrican el partido del siglo de esa semana para poder dar una importancia que no tienen a cuestiones fútiles en un país que se desmorona y teniendo acto seguido el cuajo de ponderar la supuesta nobleza de eso a lo que ellos llaman deporte y que ya no es más que una carcasa de iniquidades que envuelve lo que un día fue un juego interesante y un bello esfuerzo físico.

Y siguen así, con su juego de tronos, día a día, generando agresividad, violencia y comportamientos innobles en su mundo de machos alfa y contratos multimillonarios que aumentan la miseria de quien es tan pobre que solo tiene dinero.

Hasta que alguien muere.

Entonces se apresuran a declarar que la violencia no tiene nada que ver con lo que hacen, que esos que se matan entre ellos son completamente ajenos a su actividad, que suspenderán o no partidos, y harán o no homenajes, y guardarán o no minutos de silencio.

Y tú les creerás. Lo terrible es que tú les creerás y harás caso como a un oráculo a los voceros que te hablan del emocionante silencio de las multitudes durante esos minutos, del rendido homenaje de las nobles aficiones, de partidos que debían de haberse suspendido mientras sesenta energúmenos se curan de heridas causadas por la estulticia. Y luego, cuando el tiempo borre esa muerte de la memoria de todos, volverás a sentir tus colores, a dar importancia a un montón de sandeces, a comprar a tu hijo el equipaje oficial de tu equipo para que continúe admirando a esos tipos que se insultan, se escupen, se amenazan, se mientan a la madre.

Hasta que vuelva a morir alguien.

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