Algo huele a podrido en Madrid
En los años 90 del pasado siglo el PSOE de Felipe González aireó y denunció una supuesta pinza practicada por el PP de Aznar y la Izquierda Unida de Anguita para acabar con su gobierno. Esa pinza en realidad nunca existió porque Anguita era un hombre íntegro y de palabra que no se vendía por un plato de lentejas y menos por un cargo público relevante. Ayer volvió la pinza al Congreso de los Diputados para que los representantes de la supuesta izquierda se la colocaran en la nariz y pudieran votar al impresentable candidato Enrique Arnaldo como nuevo miembro del Tribunal Constitucional.
No todos los diputados de estos dos partidos participaron en la votación favorable ya que el socialista Odón Elorza y la canaria de Podemos Meri Pita anunciaron su voto en contra por conciencia aunque la votación fuera secreta. Cuando la conciencia es la que habla no hay secretos que valgan.
Arnaldo ha demostrado en su trayectoria profesional ser una persona partidista y sectaria implicada en irregularidades sospechosas y supuestas ilegalidades corruptas. Todo eso no ha sido suficiente para que el partido que lo promovía al cargo, el PP, lo retirara antes de cometerse la tropelía. Es más, ni siquiera ningún dirigente del PP ha tenido la osadía de defenderlo públicamente a la vez que lo votaban.
Así y todo puede entenderse que el PP lo haya elegido por prácticas afines e ideología común pero lo que no se explica es que lo hayan hecho también el PSOE y Unidas Podemos. Ni siquiera las asociaciones de jueces, tan combativas y beligerantes contra el Ejecutivo y el Legislativo en tantas ocasiones, fueron capaces de censurar el nombramiento de Arnaldo.
La razón argüida por los dos partidos de la coalición gobernante es que era un paso previo para renovar el Tribunal Constitucional y que en el futuro tuviese mayoría progresista.
En una democracia resulta vergonzante que los partidos gobernantes tengan que argumentar esta barbaridad para seguir adelante con su objetivo. Algo así como el fin justifica los medios, aunque el gobierno quiera convencernos de que es el mal menor y seguramente lo sea porque el chantaje del primer partido de la posición era más que evidente: o metemos al amigo del presidente Pablo Casado o seguimos sin renovar el Tribunal Constitucional incumpliendo el mandato constitucional. La democracia queda secuestrada ante el chantaje del primer partido de la oposición. Y el gobierno se tapa la nariz tragando un gran sapo como mal menor evitando el mal mayor.
Con estos comportamientos la democracia se degrada y los partidos pierden adeptos. La política sigue anteponiendo el pragmatismo a la ética.
Ayer buena parte de nuestros representantes públicos votó tapándose la nariz y hoy somos muchos los ciudadanos que tenemos que utilizar esa pinza para evitar el olor nauseabundo que despiden nuestras instituciones, ya sea el Congreso de los Diputados o el Tribunal Constitucional.
Ya lo decía William Shakespeare en Hamlet: algo huele a podrido en Dinamarca. Aunque tampoco hay que irse tan lejos. Pongamos que hablo de Madrid.
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