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La independencia catalana
Sin embargo, en septiembre de 2010 se había disparado en los sondeos la aceptación del independentismo y le pregunté qué pasaba a un amigo, catalanista pero no partidario de la independencia:
-Estamos cansados de España ?respondió y se dijo desanimado porque la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut había dejado a quienes pensaban como él agarrados de la brocha y sin escalera. La reforma estatutaria, explicó, siguió al pie de la letra el procedimiento regulado en la Constitución y el fallo del tribunal demostró que ni así. Estaba seguro, en fin, de que el independentismo desbordaría a quienes buscaban el entendimiento. El PP fue quien recurrió la reforma y había imágenes de Rajoy firmando contra el proyecto en mesas públicas habilitadas en la calle por el propio partido. Sobrevolaban la afirmación de Aznar de que los psocialistas quitaban miles de millones a pensionistas y parados para dárselos a Cataluña. La catalanofobia, ya presente, por cierto, en Quevedo, se convirtió en leivmotiv de la musiquilla centralista. El mismo Rajoy decía que los catalanes “querían triturar” a las demás regiones; y cuando la opa de Gas Natural a Endesa, la Prensa adicta instó a los “patriotas” a alejar “sus sucias manos” [las catalanas, claro] de la compañía eléctrica. Preferían una Endesa “alemana antes que catalana” proclamaron cuando una compañía germana mostró interés en hacerse con ella. Todo eso y mucho más está en las hemerotecas y en los archivos audiovisuales. Era cuestión de tiempo que aquellos polvos trajeran estos lodos, concluyó.
Tomé prestada, pues, la idea de “cansancio” para titular el trabajo y veo que Artur Mas, presidente de la Generalitat, coincidió con mi amigo al utilizarla el otro día para explicar el nuevo derrotero de su política tras el alarde de la Diada. Y ni que decir tiene que hemos vuelto a oír la simplonería de que la independencia es aspiración de la burguesía empresarial catalana; a pesar de que fue el primer sector social en mostrarle a Mas su desacuerdo. Saben muy bien los empresarios las dificultades a afrontar en una UE nada propicia a estas historias y en una España dispuesta a boicotear sus productos. Después de todo, hubo boicot durante la campaña catalanofóbica pepera y la predisposición está servida. El editor Lara, por ejemplo, advirtió que se iría con sus empresas a otra parte. Pero Artur Mas no solo no parece no hacer caso sino que quiere acaudillar (con perdón) el proceso.
Hay mucho oportunismo en Artur Mas. Doy por descontadas sus vinculaciones a la burguesía catalana y no creo que esté dispuesto a romper con ellas. Simplemente, sospecho, tantea la manera de reconducir el proceso con el menor coste político para él. Quizá vea la ocasión de presionar al límite, de hacer olvidar el fracaso de su pacto fiscal (o convertirlo en triunfo) y pasar a un segundo plano los graves problemas sociales catalanes, destrucción del Estado de bienestar incluida, en la que si tiene culpa la cicatería del Gobierno central, no es menor la que corresponde a la Generalitat. Conviene no perder de vista, por otro lado, que Mas que no convocará el referéndum hasta que se den ciertas condiciones; que será él quien las aprecie, por supuesto.
La cuestión es si el maximalismo independentista, crecido como está, permitirá maniobrar a Mas; si acabará de asumir como prioritarias las reivindicaciones sociales (que no suelen estar muy presentes en los planteamientos secesionistas) tanto frente al Gobierno central como al catalán. Si las cuestiones sociales caen en el caldero del independentismo peor lo tendrá el Ejecutivo de Rajoy que muestra ya su deriva autoritaria que, unida a su escasa capacidad negociadora y de entendimiento, apunta al desastre. Sigue aferrado a una concepción de la unidad de España disfrazada de ese patriotismo de vía estrecha del que se han valido históricamente los intereses económicos, políticos y administrativos nucleados alrededor del poder central y que se beneficia de ese influjo para mantener a raya cualquier amago de competencia periférica. Lo chungo del enfrentamiento lo pone de manifiesto la rivalidad futbolera que ha encontrado sus referentes en un madeirense y un argentino. Si PP ha sido incapaz de entender el problema de la integración de España, al que ha afrontado siempre la derecha con la represión o las armas, no le va mejor ante la creciente agitación social. Es lo que tiene dejar sueltos a los neoliberales y enseñar a los demás los dientes del autoritarismo que queda cuando se pierde autoridad.
Alguien con mayor conocimiento debería explicar la razón de que Francia, paradigma del centralismo feroz, no tenga los problemas de integración de territorios y culturas españoles. Y no quiero terminar sin una referencia a Rubalcaba, que acaba de acordarse del federalismo. A buenas horas, mangas verdes decían en lo antiguo por el color de las que lucían en su uniforme los cuadrilleros de la Santa Hermandad que no llegaban jamás a tiempo de apresar a los malhechores. Pues eso.
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