Espacio de opinión de Canarias Ahora
La izquierda aturdida
De entrada, la autora nos describe a una izquierda aturdida -es el título del capítulo, que tomo prestado- “difícil de identificar porque se agrupa en la estampida, tiene en común la dispersión y está ligada por la atomización”, incapaz de ofrecer concreciones más allá del discurso o desaparecida en la excusa de que no existe (“único argumento en su descargo”) porque no puede ser izquierda la que apoye los recortes sociales, la sumisión a la banca o la que renuncia a grabar a las rentas más altas?“El izquierdista aturdido se siente inequívocamente de izquierdas aunque no es capaz de explicar en qué consiste” y ha pasado “de creer que los ricos han de financiar los servicios públicos para disfrute de los pobres a creer que los pobres han de pagar las fechorías de los ricos”.
Frente a la unidad de la derecha, que usurpa en muchas ocasiones los valores progresistas tradicionales “siempre que no ahuyenten al dinero”, la izquierda ha acabado asumiendo la política económica de la derecha, precisamente por la falta de alternativas al capitalismo neoliberal, y es que la socialdemocracia no ha hecho en las últimas décadas sino adaptarse a la coyuntura. Cuando “en los años noventa termina de expirar un ente: la izquierda. El mismo día nace una leyenda: la izquierda”. Aparece así el “no tengo más remedio” y por eso la privatización de lo público, la especulación inmobiliaria, las desigualdades sociales, el servilismo bancario? “El pensamiento progresista del sistema ha desistido de aventar la idea de justicia para que la desesclavización del ser humano siga devorando la maleza, mientras que el pensamiento conservador considera que ya se ha desesclavizado bastante y es la ocasión de detener el proceso”, lo que consiguen sin apenas esfuerzo.
Para la autora, la izquierda debe tener tres aspiraciones urgentes y fundamentales a conseguir: autonomía moral, autonomía material (bienestar) y autonomía de juicio frente a la ceguera de memoria y experiencia que conviene a “un poder económico deseoso de olvidar las lecciones de la historia”, pero en estos momentos esa izquierda desnortada apunta que la salvación puede venir de los avances tecnológicos, sin valorar hacia donde van esos avances ni quien los controla. La realidad es que no sabe a donde ir ni qué buscar. Afirma la ensayista que para la izquierda no debe haber más ideal que el del progreso así concebido: “un estado de ánimo renacentista, radicalmente humano y creador, constituye la necesidad más perentoria de las ideas de progreso”, frente a los que lo han desprestigiado para justificar el conservadurismo o confundirlo con el cambio por el cambio o sólo el progreso material, y cita al revolucionario francés Condorlet: “Nuestras esperanzas sobre los destinos futuros de la especie humana pueden reducirse a estas tres cuestiones: la destrucción de la desigualdad entre las naciones, los progresos de la igualdad en un mismo pueblo y, en fin, el perfeccionamiento del hombre”. El progreso por tanto no puede ser otra cosa que la búsqueda de la igualdad pero la izquierda lo ha sustituido por la praxis de la derecha. Para reafirmarlo recurre a Roberto Bobbio: “La distinción entre derecha e izquierda, para la que el ideal de igualdad siempre ha sido la estrella polar a la que ha mirado, es muy clara. Basta con desplazar la mirada de la cuestión social en el interior de cada Estado, de la que nació la izquierda en el siglo XIX, hacia la cuestión social internacional, para darse cuenta de que la izquierda no sólo no ha concluido su propio camino, sino que apenas lo ha comenzado”.
La periodista Irene Lozano insiste en afirmar que el intelectual y la izquierda se han cobijado al lado del poder y que esta está en manos de representantes oficiales sin fuerzas para soltar lastre y advierte que el pasotismo es conservadurismo y se transmuta en una rebeldía de la derecha que concita fervores en un sector de la sociedad. No hay debate de ideas, porque no hay ideas para debatir: “La debacle de ambos corre pareja y se debe a las mismas causas: la traición de los ideales ilustrados, la búsqueda del cobijo del poder, la renuncia a los valores propios, la disgregación y por encima de todo, el sentimiento común de impotencia”. Defiende claramente que la frustración de la izquierda lleva a la extrema derecha, dando paso a un sentimiento cada vez más enraizado de la inutilidad del político y el desprestigio de la política y señala que en este juego se han prestado y se prestan unos y otros a su desguace. La libertad que proclama la izquierda oficial es muy parecida a la de los liberales: frente a los valores de justicia se superponen los del mercado. Así la intervención pública es dañina y “el desgobierno da beneficios sin límites a los fuertes y consagra la vulnerabilidad de los débiles”.
Mientras la izquierda se acomodaba al sistema, claudicaba, era incapaz de buscar otras vías hundiéndose en la desazón -aquí incluye también a los sindicatos mayoritarios-, la derecha larvaba una política de control del mercado y de los gobiernos. “La izquierda sigue pensando económicamente en el carril de vía estrecha, olvidada de discutir políticamente, porque si calafatear con dinero público las grietas bancarias es en algo un pensamiento socialista, sólo lo es en cuanto ”socialismo para ricos“, como lo llamó el economista americano Nouriel Roubini” y ha de admitirse que “el mayor golpe propinado por la humanidad rasa al capital en los últimos cuarenta años, suponiendo que se le hiciera algún rasguño en mayo del 68, ha sido obra del propio capital”. Por eso advierte y cita a Weil: “Que una misma emoción agite al mismo tiempo a un gran número de desdichados es algo que sucede muy a menudo por el curso natural de las cosas, pero de ordinario, esa emoción, apenas despertada, es reprimida por el sentimiento de una impotencia irremediable. Alimentar ese sentimiento de impotencia es el primer artículo de una política hábil por parte de los amos”.
En definitiva un gran análisis sobre la situación que vivimos, sobre la claudicación de la izquierda oficial, pero sobre todo una aportación al debate de ideas, a la reflexión y a la búsqueda de alternativas, que recomiendo sin ningún tipo de dudas.
Antonio Morales
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