Espacio de opinión de Canarias Ahora
Jack , para los amigos
“Jack”, el piloto, sabía todo esto sobre el fabricante del avión que conducía pero aún sabía más: el 4 de junio de 2007 estuvo a punto de estrellarse con su “McDonnell Douglas” (MD para abreviar) en Lanzarote. Salvó el pellejo de milagro. Le había fallado una inocente sonda que mide la temperatura exterior y los técnicos le quitaron el fusible, tal y como dice el manual de reparaciones: luz verde para despegar. Pero cuando lo hizo, el avión no cogía fuerza, apuró la pista, subió un poco y comenzó a balancearse. Casi se estrella contra el concesionario de automóviles contiguo al aeropuerto de Lanzarote. Algunos transeúntes se tiraron al suelo.
Fue tal la congoja del amigo “Jack” que cuando aterrizó en aquel fatídico vuelo, mandó enviar el aparato a Estocolmo para revisarlo “de arriba a abajo”. Nada. Limpio. Sólo aquel maldito fusible. ¿Entonces? Alarmado, investigó por su cuenta, habló con mecánicos, ingenieros, pilotos... ¿Cómo volar sabiendo que algo falla algunas veces y nadie sabe porqué? Quizás instinto de supervivencia. Descubrió otros sucesos similares. Y resolvió: en determinadas condiciones muy especiales (viento malo, carga límite, temperatura alta, ¿además un pájaro?) el diminuto fusible provoca que los “flaps” (alerones) no salgan y bloquea su alarma. Suficiente para abortar un despegue y morir. El 24 de enero de 2008 la Comisión de Investigación de Accidentes e Incidentes de Aviación Civil (CIAIAC), que es independiente, escuchó su testimonio. Pero su “incidente” no había ocasionado muertos y sólo se habían producido antes 3 accidentes por causas supuestamente similares. El fundador del bufete de abogados norteamericano, Manuel von Ribbeck, ha elevado a 15 aviones de la serie MD-80 la cifra de los que se han caído, durante la primera vista celebrada en Chicago, sede de Boeing. El último cubría el 20 de agosto el trayecto Madrid-Gran Canaria bajo el nombre de JK5022. Los ingenieros James McDonnell y Wills Douglas jamás lo hubieran imaginado y quizás ahora sus descendientes tengan que pagar por ello.
Federico Utrera
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