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Juegan con fuego

José A. Alemán / José A. Alemán

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Esta oligarquía, terrateniente y agraria, estableció lazos, con frecuencia familiares, con la grancanaria y fue durante mucho tiempo la única clase políticamente activa. El grueso de la población no pintaba nada, padecía unos índices atroces de analfabetismo y no existía el voto universal. No fue difícil que los intereses oligárquicos pasaran por generales de sus respectivas islas y del archipiélago, como pudo verse con mayor claridad bajo la Constitución canovista.

La inercia de esa estructura de poder permitió a la oligarquía incorporar a su causa a las clases medias a medida que se conformaban y la disputa se disfrazó de pleito entre Tenerife y Gran Canaria, sin más. Así las cosas, la división de 1927 fue, al mismo tiempo, una rebelión contra la oligarquía provincial opresora, que contaba con sus aliados de clase en Gran Canaria, y la muestra palmaria de la incapacidad isleña para organizar política y administrativamente el archipiélago de modo distinto a cómo lo quería la clase dominante que nunca puso en cuestión la Provincia en cuanto institución.

La División fue una necesidad pero también la certificación de un fracaso histórico, el que ha vuelto a repetirse por las mismas causas de fondo en la autonomía fallida que padecemos. Sólo que ahora la oligarquía no es agraria sino comercial y sobre todo especuladora. Los oligarcas no se pelean y ahí tienen a uno de sus arietes grancanarios compartiendo mesa y mantel con los áticos y a sus agentes mediáticos tratando de echar a pelear a los demás para mantener la correlación de poderes; y teneres, claro .

Pero algo han cambiado las cosas. Menos gente se traga que las iniciativas oligárquicas sirvan al interés general y no a sus negocios. Refleja bien ese cambio el movimiento ciudadano de Tenerife que ha dado lugar a manifestaciones e iniciativas populares frustradas por un Parlamento que sabe lo que defiende. Contrasta el activismo tinerfeño con la desmovilización grancanaria, lo que no impide a El Día acusar a esta isla de incitar y financiar las protestas en Tenerife, a las que califica de “antitinerfeñas” porque identifica en un todo a su isla y los intereses oligárquicos, sus negocios y hasta sus trapisondas. El viejo recurso al enemigo exterior que aglutine los sentimientos populares aunque sea al precio de impedir la convivencia; con la novedad, no menos antigua, de recurrir al independentismo frente a un enemigo más exterior todavía. Sigo diciendo que el periódico está en su derecho de decir lo que le plazca, pero que no nos venga con la imagen de Tenerife acosada de la que se erige en único defensor ante la pérfida Gran Canaria que ha abducido a los políticos tinerfeños traidores.

A poco que nos fijemos, se aprecia que para el periódico la actual autonomía, ya de por sí muy afectada por el síndrome de la Provincia única, debe desembocar en una nueva capitalidad santacrucera. Habría que preguntarse a beneficio de quien. Mal nos irá si no diferenciamos los intereses generales de las islas de los intereses de la oligarquía y de los núcleos dirigentes a su servicio.

Diré, por último, que no es disparatado pensar que si los ataques muy explícitos de El Día a las bases económicas de Gran Canaria logran quebrantarlas, sufrirían las consecuencias todas las islas. Es del género tonto creer que el debilitamiento de la mitad del mercado de consumo no afectará a la otra mitad. Están jugando con fuego.

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