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La luna negra

Miguel Sagaseta

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Una vez finalizado el año 2014 y con la retirada de los reyes magos -únicos reyes en los que creo-, es el momento de hacer balance del año que ha pasado. Se trata de un año nefasto sin paliativos, un año en el que hemos sufrido lo que no esta escrito, hemos vivido un año, como diría Federico García Lorca, en “la luna negra de los bandoleros”.

La derecha nos ha masacrado infinidad de derechos y libertades en todas las ramas del estado social y de derecho, dejándolo escuálido, agonizando. Los datos son objetivos, muy elocuentes de la situación de emergencia social en la que nos encontramos, hablan por sí solos y el rechazo que provocan está generalizado, fuera de toda duda.

Entre estos, los hay que son especialmente crueles, como son los 5,5 millones de parados según el EPA, los más de 200 exiliados económicos al día, el 25% de la población en exclusión social -lo que representa a casi 12 millones de personas, de los cuales 5 millones están en exclusión severa-, el 27% de los jóvenes desocupados están fuera del sistema educativo… Por descontado que todas estas calamidades se incrementan si el foco lo proyectamos en las Islas Canarias.

Con este panorama, el Presidente del Gobierno del Reino de España, en lugar de realizar políticas estructurales en la lucha contra la exclusión social y la pobreza, en vez de desarrollar los principios básicos de solidaridad en un país que se desangra, cierra el año centrando sus esfuerzos en, por un lado, evitar la contestación de la ciudadanía, aprobando la ley mordaza, ley que criminaliza todos los medios de reivindicación y protesta ciudadana. Tal medida desesperada obedece a la pérdida total del control del país, siguiendo con Lorca, este diría que estas son “las duras espuelas del bandido inmóvil que perdió las riendas”.

Y por otro lado, por tratarse de año electoral, en hacer “grandes” licencias y guiños a la ciudadanía, basados en “gigantescos” derroches de generosidad y solidaridad para con las clases más desfavorecidas. El incremento del salario mínimo en ¡3€! o la subida de las pensiones en un ¡0,25%! son “claros” exponentes de ello. Si no fuera por las penurias y las miserias que estamos sufriendo, resultaría hasta cómico.

En lo que esta en lo cierto Rajoy es en su balance económico del 2014, cuando dice que “la crisis ya es historia”. El “pequeño” matiz esta en saber diferenciar el foro al que dirige tales declaraciones. Para la clase dominante a la que él representa, el análisis es certero, para las empresas de IBEX 35, para la banca privada, para las grandes rentas del capital… en definitiva, para el mundo de los grandes intereses económicos, para el mundo del gran capital, para el mundo de las cosas, esta afirmación es veraz como la vida misma.

Para la clase asalariada, para la clase trabajadora, para las clases populares, para los que vivimos de las rentas del trabajo, para los que estamos donde la papa quema, para nosotros esta afirmación ya es otra cosa, aquí otro gallo canta. Es esta clase, la clase que sufre los escalofriantes hachazos al estado de bienestar, para las que aquella aseveración y los “gigantescos” derroches citados resultan indignantes, un autentico insulto a nuestra inteligencia, una tomadura de pelo en toda regla.

Lo anterior no ocurre porque si, ocurre porque se trata de clases con intereses enfrentados que resultan antagónicos. O te alineas y defiendes un modelo basado en el interés particular de unos pocos -una plutocracia- o te sitúas y defiendes un modelo basado en el interés general. Y solo si defiendes este segundo modelo puedes poner el epicentro político en garantizar el derecho a una vida digna de todos y todas. Ya lo decían los manuscritos de Marx, “La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas”.

Con esta perspectiva, a la que hay que sumar al virus mortífero de la corrupción que se reproduce a todos los niveles y por todo el Estado, el cuadro político es oscuro como el fondo de un océano. Marco político en el cual Podemos simboliza el lucero que ilumina a la gente progresista de este país, se posiciona cada vez con más fuerza como el factor de unidad de las mayorías sociales, como “el ahogado más hermoso del mundo” del que hablaba García Márquez y representa la fuerza transformadora de la sociedad, el vehículo para el cambio.

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