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Marca España en Cataluña

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Merkel y los suyos dicen que Pirineos abajo, incluyendo el archipiélago adyacente de Baleares y el Canario subyacente (africano para más inri), con exclusión, supongo, del muy británico espigón gibraltareño, no hay sino gandules vividores a costa de alemanes y demás europeos de bien; entre los que tampoco figuran italianos y griegos. Lo que me vino muy bien porque son las ganas de trabajar las que mejor reprimo y decidí dejar la escritura diaria para no fastidiarle la estadística a la cancillera; y porque, la verdad, ya me rebosaba la buchaca este país de pena que nos ha tocado.

Dejar de estar todo el día dándole vueltas a los temas a escribir para el día siguiente llegó a ser asunto de salud mental. No es preciso que me extienda en esto, pero sí les diré que comencé a ir para atrás durante la segunda legislatura de Aznar; cuando decidió meter a España en la agresión a Irak para que Bush le dejara poner los pies sobre su mesa de centro. La barbarie de Atocha y el empeño pepero y de su caverna periodística para difuminar lo que tenía de venganza islámica determinó la tremenda crispación política de los primeros cuatro años zapateriles. La crisis contribuyó a hacer insoportable los de su segundo mandato en el que ya asomaron los primeros atisbos de involución democrática que Rajoy ha consolidado con su modo de gobernar, sin dejarse ver ni dar explicaciones; y de legislar a golpe de decretos-leyes como cuando Él habitaba entre nosotros. Si Franco insistía en que ya vendrán, ya, las caducas democracias a aprender del ejemplo de su régimen, ahora tenemos a Montoro asegurando que España le está dando lecciones de economía a Europa y al Mundo. La cabra siempre tira al monte. Aunque podría ser cierto dado que el Gobierno Rajoy sólo mira a la macroeconomía, a cómo le va a las grandes empresas y no a la economía real de millones de españoles que se dan con un canto en los dientes si pueden comer algo tres veces al día. La apuesta por el Eurovegas no deja de ser una alegoría de la fe pepera en la llamada “economía de casino” que impulsó Aznar, que Zapatero fue incapaz de contener y de la que tanto se espera (esperan ellos) si el americano no se les raja.

Y como hablo de alegorías, he de referirme a las acumuladas en los últimos días que han hecho de la pretensiosa marca España un mal chiste. Desde el batacazo olímpico, del que no sacamos sino el relaxing de café con leche a las torrenteras, que no goteras, del Congreso de los Diputados con todos los ingredientes de la España actual: cuatro millones y medio de inversión en unas obras que no evitaron el también alegórico chorreo sobre la tribuna de Prensa y los escaños de los diputados de izquierdas. Todo, por si faltaba algo, puntualmente fotografiado y videograbado por un grupo de japoneses; de Tokio, precisamente. Se les salía la risa por debajo de sus rostros orientales reputados inescrutables.

No pensaba romper mi abstinencia columnaria ni siquiera con la Vía Catalana de la Diada. He tenido ocasión de apreciar de cerca la evolución del cabreo catalán y estuve en Barcelona cuando las primeras elecciones autonómicas tras el pronunciamiento del Constitucional sobre el Estatut. Constaté, escribí entonces, el “cansancio” catalán de España y como era de prever la opción independentista, que no contaba en el debate político, se disparó hasta normalizarse y adquirir un peso cada vez más determinante en la vida política catalana. Sobre la cadena humana que recorrió Cataluña el miércoles revoloteó una avioneta con el distintivo de Intereconomía llamando a la unidad de España; como si no se supiera que son los medios vinculados a ese grupo los que más improperios han añadido a los ya conocidos del anticatalanismo secular de la extrema derecha españolista. Eso, unido a la ocurrencia de poner al frente del Constitucional a Fernández de los Cobos, anticatalanista militante y furibundo, poco ayuda a rebajar los ánimos exaltados, además, por el secretismo de los encuentros de Rajoy y Mas para tratar de un asunto que está a pie de calle. Por no hablar, dicho sea de paso, del empeño de Rubalcaba a señalar como polos del conflicto a los catalanes y al “resto de España”, lo que resulta cuando menos inexacto y muy en la línea de quienes consideran el centralismo la esencia de la Patria, que dicen ellos. El resto de España ni cruje ni muge ni está en condiciones de montarles una a la catalana.

No pensaba, ya digo, escribir del asunto, pero la viñeta de El Roto, en El País de ayer, me incitó a hacerlo al devolverme a los tiempos del franquismo en que a falta de libertad de expresión, algunos dibujantes asumieron el rol de editorialistas. “No está demostrado que toda causa nacionalista tenga un efecto emancipador” hace decir El Roto a un individuo en actitud pensativa que tiene por cabeza un grueso volumen de Historia. No se puede decir más con menos porque si de algo adolece el independentismo, el catalán en este caso, es de que apenas tiene en cuenta las cuestiones sociales en las que radica la verdadera emancipación. Y no parece que los catalanes insistan mucho por ese lado, como si no vieran que buena parte de sus males se los deben a su propia oligarquía nacional. En este sentido, aunque carezco de medios para comprobar si es fenómeno a considerar, he observado en Cataluña casos de gente no nacionalista, algunos ni siquiera catalanes, que ven en la independencia un camino que están dispuestos a recorrer si esto no lo arregla el sentido común que, desde luego, no es marca España.

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