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Mareando a las serpientes negras

Azarug Justel

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Los megaproyectos petroleros vuelven a despachar la vida de los pueblos más vulnerables. La administración Trump ha retado a las comunidades nativas Sioux con la rehabilitación de dos oleoductos vetados por el anterior mandatario estadounidense, Barack Obama.

“A partir de ahora vamos a empezar a hacer oleoductos”, declaró el actual presidente estadounidense, Donald Trump, después de autorizar por decreto ejecutivo la construcción de dos conductos en el norte del país. Tras las victorias alcanzadas en 2015 y 2016 contra los proyectos de transporte de crudo Keystone XL (KXL) y Dakota Access Pipeline (DAPL), el nuevo mandatario ha decidido revivirlos en medio de una oleada de protestas civiles lideradas por movimientos ambientalistas y comunidades tribales amenazadas.

En recientes publicaciones, el líder indígena, David Archambault II, testificaba: “Nos oponemos a los proyectos peligrosos, como DAPL, que ignoran nuestros derechos y ponen en peligro nuestro agua”. La infraestructura desafía el caudal del río Missouri, que es afluente más largo de Norteamérica y fuente de agua potable para millones de personas en Estados Unidos. A sus orillas han vivido los Sioux desde tiempos inmemorables y su sustento depende de la salubridad del agua.

Bajo consignas como “water is life”, miles de activistas y simpatizantes del movimiento se han congregado en torno a dos campamentos surgidos en la reserva india de Standing Rock, Dakota del Norte, la misma región donde planean transitar las tuberías. Los propósitos petroleros del Keystone XL esperan transportar alrededor de 830.000 barriles diarios de crudo procedentes de las arenas bituminosas canadienses hasta las refinerías estadounidenses del golfo de México. En ese viaje, atravesarán el estado de Dakota del Norte. Asimismo, el Dakota Access pretende llevar unos 570.000 barriles al día desde Dakota a Illinois y Texas.

Los combustibles que se obtienen de las arenas bituminosas son altamente contaminantes; emitiendo más gases de efecto invernadero que los generados a partir de hidrocarburos convencionales. Su extracción produce graves desórdenes en el medio en el que se encuentran ya que, se hallan cerca de la superficie: explotándose mediante minería a cielo abierto, ocasionando problemas de contaminación de suelos y aguas.

La tribu Sioux de Standing Rock ve amenazada sus tierras atávicas. Las obras destruirán yacimientos arqueológicos de sus antepasados, así como, lugares ceremoniales y de culto sagrados para su pueblo. El pasado mes de septiembre, las excavadoras arrasaron con un cementerio ancestral a pesar de la intervención de los nativos americanos.

Con estas nuevas medidas, el presente gobierno de los Estados Unidos pretende ampliar la infraestructura de la industria de los combustibles fósiles en el país. Actos que afianzan su postura negacionista del cambio climático.

A estas alturas darle la espalda a las energías renovables resulta ridículo. Ignorar a la comunidad científica que nos ha demostrado más de una vez las evidencias sobre la existencia del cambio climático es aún más anómalo; y practicar una política monóloga exenta de diálogo: se rinde intolerante.

Los protectores del agua seguiremos resistiendo, hemos llegado bastante lejos como para rendirnos ante los últimos sucesos. Estamos muy cerca de sentar un precedente de cara a los próximos años de legislatura. En esta lucha, no solo nos jugamos Standing Rock, sino el futuro de las influencias civiles sobre las políticas medioambientales de Donald Trump y compañía.

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