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Los miedos de Europa

Antonio Morales

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Lisbeth Zornig ocupó el cargo de Defensora de la Infancia de Dinamarca. Es economista y una mujer con sensibilidad social. El pasado otoño Lisbeth viajaba en su coche desde el sur de su país hacia Copenhague y se encontró en la carretera con la familia Rasheed, de Damasco. Tres adultos y dos niñas mellizas de cinco años que huían de la guerra de Siria. Tras cruzar Alemania y entrar en Dinamarca su objetivo final era lograr el asilo político en Suecia. En otros tiempos el gesto de Lisbeth Zornig hubiera sido alabado por los gobiernos nórdicos. Sin embargo, ha sido condenada por “tráfico de personas” y deberá pagar una multa de 22.500 coronas danesas (unos 3000 euros).

Este jueves en declaraciones al diario El País Lisbeth Zornig se mostraba indignada porque en su país “se usa una ley de forma injusta, con los ciudadanos solidarios igual que con los traficantes”. No es necesario decir que Lisbeth no cobró ni una corona a la familia siria, se limitó a acercarlos a Copenhague en su camino a un lugar donde obtener refugio. Durante la segunda mitad del siglo XX los gobiernos del norte de Europa fueron considerados los más solidarios del mundo; en sus países acogían a miles de personas que huían de dictaduras y guerras de Latinoamérica, África o la misma Europa. Pero las cosas están cambiando mucho en esos países. Ahora que la solidaridad se hace imprescindible para cientos de miles de sirios, el gobierno danés aplica con más dureza sus leyes migratorias y desde septiembre de 2015 unas 300 personas han sido condenadas a multas económicas por ser solidarias con los refugiados.

Nos cuesta reconocer a esta Europa. Aunque el Viejo Continente ha sido siempre un territorio de luces y de sombras. En Europa han convivido a lo largo de los siglos la civilización y la barbarie. Ha sido cuna de la democracia y de las grandes civilizaciones cretenses, griegas y romanas y también de bárbaros sanguinarios, feudalismos y guerras santas. Del Renacimiento y de las reformas y de cruentas guerras político-religiosas. De la Ilustración y los descubrimientos. De la Revolución francesa y la Revolución Industrial, pero también de nacionalismos excluyentes y de guerras mundiales devastadoras. De revoluciones y de involuciones. De dictaduras y de democracias. De nazismos y fascismos y de ejemplares democracias sociales. De absolutismos y de libertades…

Hace unos días, apenas unos 30.000 votos impidieron que en Austria ganara las elecciones el partido de ultraderecha FPÖ. En el Reino Unido los partidarios del Brexit aumentan cada día, muchos gobiernos se sustentan con la presencia de partidos antidemocráticos; en la mayoría de los parlamentos se sientan grupos importantes filonazis, parafascistas y ultraderechistas… Los movimientos sociales que los apoyan tienen cada vez más presencia en las calles. El pasado 21 de mayo, la delegada del Gobierno en Madrid, Concepción Dancausa, permitió la celebración de una manifestación del grupo neonazi Hogar Social Madrid, conocido por sus mensajes contra las personas migrantes. El propio Ayuntamiento de Madrid advirtió los días previos a la delegada del Gobierno del peligro que suponía esta manifestación por sus mensajes de odio al extranjero. Ese mismo fin de semana Concepción Dancausa intentó prohibir que los aficionados al Barcelona portaran banderas independentistas catalanas en el estadio Vicente Calderón, un juzgado frenó la prohibición. Se trata del mismo gobierno que ha destinado 150.000 euros de los presupuestos del Estado a la Fundación Francisco Franco.

En octubre de 2010 escribí un artículo que titulé “Crisis, miedo y ultraderecha”. Ya me preocupaba en aquel entonces la situación y afirmaba: “Cada vez más el mapa político europeo aparece ocupado por organizaciones de extrema derecha que, en muchos casos, condicionan la gobernabilidad de su país. Es lo que ha sucedido recientemente en Suecia, donde el partido antiinmigración Demócratas de Suecia ha entrado en el Parlamento con veinte diputados, contribuyendo al declive de la socialdemocracia y al afianzamiento de opciones como las del hitleriano Partido de los Suecos. Mientras en Francia Sarkozy le gana espacio a Le Pen y su Frente Nacional con sus mismas prácticas, en Holanda, el Partido de la Libertad se ha convertido en bisagra; el British National Party (BNP) ha situado a dos diputados en el Parlamento europeo; en Grecia, Alarma Popular Ortodoxa cuenta con 15 diputados”.

En marzo de 2013 insistí en este mensaje en el artículo “Europa y la peste parda”. Advertía que “el mal se extiende por toda Europa que ve como la antipolítica se va adueñando del sentir colectivo. En la mayoría de los países europeos los ultraradicales y populistas van ganando cada día más espacio y en muchísimos estados ya ocupan lugares preponderantes en sus parlamentos. El discurso contra los partidos y los políticos se hace cada día más virulento y se afianza más entre las capas populares. Valga a modo de ejemplo señalar que en Reino Unido, en los últimos comicios celebrados para cubrir unas vacantes a la Cámara de los Comunes, el populista UKIP pasó de un 3,8% a un 28% de los votos. Que en Italia el gran vencedor de las últimas elecciones fue Beppe Grillo, un cómico que basó su discurso en la antipolítica, en que da lo mismo votar a izquierdas que a derechas y en que ”los políticos no se resignan a aceptar que están fuera de la Historia“.

Ese auge de las organizaciones xenófobas en la última década en Europa se basa, en la mayoría de las ocasiones, en el discurso del miedo al extranjero. En el número de este este mes de junio de la edición española de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet señala en un artículo editorial titulado “Los nuevos miedos”: “En la historia de las sociedades –explica el historiador francés Jean Delumeau–, los miedos van cambiando, pero el miedo permanece”. Hasta el siglo XX, las grandes desgracias de los seres humanos eran causadas principalmente por la naturaleza, el hambre, el frío, los terremotos, las inundaciones, los incendios, la escasez de alimentos, y por pandemias epidémicas como la peste, el cólera…“. El artículo de Ramonet habla del siglo XX marcado primero por el miedo a las grandes guerras y, durante la etapa de la Guerra Fría, el miedo a la catástrofe nuclear. Y en lo que llevamos de siglo XXI Ignacio Ramonet destaca que ”a excepción del terrorismo yihadista que continúa golpeando a las sociedades occidentales, los nuevos miedos son más bien de carácter económico y social (desempleo, precariedades, despidos masivos, desahucios, nuevas pobrezas, inmigración, desastres bursátiles, deflación), así como de naturaleza sanitaria (virus del Ébola, fiebres hemorrágicas, gripe aviar, chikungunya, zika) o ecológica (desajustes climáticos, transformaciones profundas del medio ambiente, mega-incendios incontrolados…)“.

En su excelente discurso durante el acto de entrega de los Premios Canarias de este año, el periodista Pepe Naranjo hablaba de esa arquitectura del miedo que levanta muros y vallas. El periodista teldense denunciaba: “Que los refugiados sirios o afganos que huyen de la guerra cargando con sus niños en brazos, durmiendo en las vías del tren, sean recibidos a golpe de valla, policía y gases lacrimógenos es tan vergonzoso, tan irracional, que acabará por destruirnos a todos. Querida Europa, no hay concha suficientemente gruesa en el mundo en la que te puedas esconder de tu propio fracaso. Que la extrema derecha se esté subiendo a las barbas del sistema en países como Francia, Austria o Alemania es, cuando menos, inquietante.”

Setenta años después de la Segunda Guerra Mundial y de las derrotas del fascismo y el nazismo, las crisis económica, política y social se han vuelto a instalar en Europa. El descrédito de la política y las instituciones no deja de aumentar. Y nadie parece querer enterarse. Se mantienen las políticas de ajustes y recortes. Se alimenta (alentado por el miedo al integrismo islámico) la xenofobia con las políticas migratorias; se agrandan las brechas sociales, se repiten elecciones a causa de un irresponsable tacticismo político… La ultraderecha avanza y se mete en las instituciones europeas mientras la derecha española (desde sus distintas siglas) solo se preocupa de la política que se hace en Caracas y agita la bandera del miedo. En el caso español la ultraderecha por ahora no se atreve a presentarse con sus auténticos símbolos y con sus mensajes racistas. Pero habrá que estar atentos a los disfraces que se ponga. Para que la historia no se repita, porque con los 40 años de fascismo que padecimos en el siglo XX ya tuvimos de sobra.

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