Sus muertos
El Hierro es la última oportunidad de sobrevivir para los migrantes que llegan a Canarias. En los últimos tres días más de 1.280 personas han burlado el naufragio tras alcanzar el Puerto de la Restinga después de un viaje agónico, en plena ola de calor, que tú, que te enfadas tanto cuando se rompe el aire acondicionado de la guagua, te podrás imaginar. Pocas horas antes de escribir estas líneas, llegaron en cayuco a Canarias 70 personas, entre ellas dos niños, y tú que tienes hijos, bebés y sobrinos, que no quieres ni que tengan un uñero para que nunca sufran, te lo podrás imaginar.
Entre las tareas de las organizaciones humanitarias que asisten a los migrantes hay una especialmente escalofriante que es la de decirle a sus familiares si han muerto en el viaje o siguen vivos. Contaban hace unos meses que el padre de unos de estos jóvenes que embarcó desde Senegal no paraba de llamar para saber si su hijo aún vivía o tendría que empezar a aprender a vivir sin él. Y tú que tienes padres, te lo podrás imaginar. Y tras la peor de las noticias, tienes que escuchar a una alcaldesa de un lugar cercano que dice orgullosa a los medios que no va a pagar enterramientos de las personas que mueren cerca de las costas del municipio en el que gobierna: “Sí cedo mis nichos para que haya un enterramiento, pero no los gastos que ocasiona ese enterramiento, porque no son uno, ni dos, ni tres…”. Sus nichos, los otros.
No puede ganar el discurso de ese occidente que quiere deshumanizar a las personas migrantes para alejarlas de nosotros y nuestra empatía. Ese occidente tiene que asumir las heridas coloniales que ha ido regando por el sur del mundo, hacerse cargo del expolio sistemático de sus recursos, de la manipulación constante que ha hecho de sus gobiernos para seguir controlando, es decir empobreciendo, y dejar de usar las fronteras y el odio como mecanismo de distracción ante las propias miserias de su gestión interna.
No necesitamos un enemigo externo imaginario, necesitamos tener presente que desgraciadamente en un mundo que afronta una crisis climática, guerras y un sistema económico que juega con los recursos básicos, algún día, todos, vamos a necesitar de la solidaridad y el asilo de los otros y cuando llegue ese día ojalá los bandidos, cobardes, cortoplacistas y rabovacas que nos gobiernan no hayan ganado la batalla.
Ellos están cuatro u ocho años, pero es la insignificancia comparado con lo que tarda en reconstruirse la convivencia entre los pueblos una vez se ha roto. Las fronteras no van a salvar a nadie y hay quien piensa que solo un idealista puede decir esta frase. Qué realistas somos todos cuando no se trata de nuestros hijos, nuestro aire o nuestros muertos.
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