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De la paja y la viga tuiteras

Carlos Juma

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El dedo índice emergió de la mano señalando la asombrada cara del penitente. La ira indisimulada y la sonrisa macabra se cebaron sobre el pobre pecador. Había escrito un tuit en esa modernidad de red social en la que estamos inmersos y la chispa de la gracia y el sentido de la crítica no tuvieron el premio que a buen seguro esperaba.

Sin embargo, cuatro años después, la voces cavernarias, armadas de huesos fosilizados, explotaron la bomba de la crítica más ácida reclamando el cese de sus funciones, aún no fertilizadas, de la mano de la Jueza Carmena. Y así se hizo, evitando el hachazo puso su cabeza bajo la guillotina.

La réplicas de los movimientos sísmicos no se hacen esperar y bajo el concupiscente placer de la venganza van desgranándose ciento de mensajes recordatorios de los insultos más relevantes aventados por el popular partido político. Ahí es nada.

Y es que nada sucede que no esté escrito en los libros de historia, desde los mercaderes del Templo expulsados de los aledaños a la crítica más feroz de aquellos que van de blanco y son pestilente sepulcros. Ni que se perfumen con jazmines.

Pero, sin el menor ánimo de sentar cátedra,-que para eso están los catedráticos-, ya fue dicho “que tire la primera piedra el que esté libre de culpa” por boca del Galileo, mi Señor. Y es que a estas alturas de la historia,- de esa que dicen que hay que aprender para no repetirla-, seguimos erre que erre colocando, encima de la mesa de los desencuentros, nuestros peores sinsentidos.

Claro que, revolviendo el pasado de cualquiera de nosotros, siempre se encontrarán frases desafortunadas, chistes de muy mal gusto y aplausos solidarios a los que no han dudado en caricaturizar de manera irreverente a la Santísima Trinidad y al Profeta Muhammad. Allá cada cual con sus vítores a la Libertad de Expresión pero sigo afirmando que “el respetito es muy bonito”, al decir de los aires canarios.

Y estando en esta tesitura, dimitido el cesante concejal de Madrid, sugiero la conveniencia de que acabemos con este estado de cosas, que cada vez que se roza tangencialmente a los del divino pueblo elegido, saltan las alarmas y se revientan botones del ropaje hipócrita de los que reclaman piedad para su dolor y no reparan en causar daños irreversibles a la misma vida.

La paja y la viga, tan actual, en ojo propio y ajeno, me parecen de lo más suculento a la hora de repartir leña a las palabras escritas, lanzadas a las redes sociales, libres para ser interpretadas de acuerdo con el dicho “que no hay palabra mal dicha sino mal comprendida”. Ciertamente, el que no se consuela es porque no quiere, -miserere nobis-.

Ya dijo, en un ejercicio que le ennoblece, el Papa Francisco, que quién era él para enjuiciar a nadie; tan de acuerdo estoy con su sentencia, que hoy, más de uno tendría que lavarse la boca antes de pronunciar palabra o quitarse la pintura negra de las uñas antes de señalar con el dedo que indica.

El silencio es muy necesario para tener luz en el camino y es el mejor ejercicio ante las injurias.

Nada avanzamos entrando en la fosa de la venganza, los oídos no sirven de nada a un cerebro sordo.

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