Ya no se trata de que, en muchos de los casos, los llamados gobernantes, cargos electos, mandarines (expresión registrada por Don José Alemán, ilustre opinador de este periódico) den la sensación de no saber muy bien a qué están jugando. En cierto modo, uno tiene asumido que el cargo de turno es sólo la fachada que esconde el trabajo de un montón de gente que, por fortuna para quienes dependemos de ellos, suelen ser bastante eficientes. Se da por aceptado que mientras ellos, los políticos, pierden su tiempo en tratar de llegar a un acuerdo que les permita salvar la cara ante sus electores más generosos –aquellos que financian las campañas- hay toda una maquinaria que garantiza, en mayor o menor medida, el funcionamiento del estado de derecho en el que vivimos.Lo que ha cambiado, de un tiempo a esta parte, es la sensación de que la hora de guardar las formas ha pasado y hemos llegado al tiempo de 'todo vale'. Ellos, los políticos, se escudan en sus derechos en busca del bien común y toda esa palabrería vana e insustancial que sueltan nada más ver un micrófono delante de sus caras. Sin embargo, la realidad que muchos ciudadanos perciben es que, lejos de defender los derechos de la mayoría, su único empeño reside en no perder su privilegiado puesto en la sociedad. Como ya he dicho antes, nuestra sociedad se fundamenta en un Estado de Derecho que beneficie a los ciudadanos que viven en ella. Por ello, creo en la presunción de inocencia y en el que toda persona tiene ese mismo derecho a defender su honor ante las más altas esferas. Otra cosa muy distinta es saltarse a la torera dictados llegados desde el gobierno de la nación o desde la Comunidad Europea, argumentando que los equivocados son los demás y que sólo ellos tienen la razón. El absolutismo ni es un buen sistema de gobierno ni le ha dado buenos resultados a la sociedad española. No se trata de ideologías ni de singularizar en casos concretos, pues para eso están los fanáticos y los ideólogos del miedo y la mentira. Se trata de ser coherente y demostrar con los actos aquello que se proclama a voz en grito. Las normas, aunque no nos gusten, están para garantizar el buen funcionamiento de la sociedad y cuando alguien las vulnera, sobre todo un cargo público, la situación es mucho más grave. Entra dentro de la anécdota que un organismo caduco como el Cabildo de Gran Canaria quiera volver a presupuestar algo ya hecho. Tan mastodóntico organismo no se distingue por maximizar sus enormes recursos. Muy distinto son las desafortunadas declaraciones –por no tacharlas de irresponsables- de la presidenta de la comunidad autónoma de Madrid, la cual se quejaba de que su sueldo, unos miserables 8.500 euros, no le daban para llegar a fin de mes. Amén de su falta de tacto y la de sus asesores, igual de irresponsables que ella, queda claro que su percepción de la realidad de nuestro país dista mucho de ser la más adecuada. A la mentada señora le recomendaría que se viera uno de los vídeos de la iniciativa Hay motivo en el cual un trabajador se quejaba por haber perdido 20 euros de su sueldo –de un total de 600 mensuales- a causa de una inauguración fantasma (la estación no estaba ni mucho menos terminada) de una de las nuevas líneas de metro de Madrid. Para él, perder esa cantidad le suponía un trastorno. Claro que con 20 euros ni te dejan entrar en la madrileña calle Serrano.De todas formas, esto es sólo uno de los muchos ejemplos de la situación en la que vivimos. No hay un día sin que algún partido vea su nombre mancillado –que no manchado- con una nueva acusación de corrupción, tráfico de influencia o enchufismo varios. Está claro, y siempre lo he dicho, que al mejor gestor le pueden crecer malas hierbas en su jardín. Lo correcto sería arrancarlas de raíz y a otra cosa. Querellarse por sistema, lanzar desmentidos, utilizar los argumentos que tan bien quedaban en boca de John Wayne, pero que en las suyas chirrían sobremanera o mirar para otro sitio no son modos ni maneras.La última estratagema para emponzoñar la realidad es hacer uso y abuso de los manuales de protocolo. Quienes hemos tenido que estudiar el mentado protocolo sabemos dos cosas. Una, la más evidente, es que el protocolo resulta tedioso de estudiar por la cantidad de reglas que hay y por lo obsoleto de muchas de ellas. Y dos, hay normas que siempre se tienen que respetar, porque en ellas se sustentan buena parte de los comportamientos sociales de nuestro mundo. Dichas reglas son estrictas, no siempre son del agrado de quienes tienen que cumplirlas, pero la sociedad funciona, más o menos, gracias a ellas. El tergivérsalas, confundirlas, amenazar a quienes no están dispuestos a quebrantarlas y demás artimañas propias de peleas barrio están de más. Un verdadero profesional se demuestra en dichas situaciones y no cuando el mar está en calma y no hay una nube en el horizonte. Lo contrario es hacerle un flaco, muy flaco, favor a nuestro estado de derecho.Bueno sería que, a punto de llegar el final del 2006, muchos hicieran examen de conciencia, aquello que se nos contaba cuando éramos párvulos y trataran de cambiar de actitud. Con sus malos modos, su falta de tacto y conciencia social y su afán por salirse con la suya, cueste lo que cueste, están minando a la sociedad a la que prometieron proteger.Ellos dirán que les tenemos manía y que ignoramos sus desvelos. Yo les pediría que revisaran sus reglas de comportamiento y salieran más a menudo a la calle. De esa forma se darían cuenta de que a la sociedad de las islas le hace falta soluciones reales e inmediatas y no grandes enseñas, proyectos faraónicos, medias verdades y demasiadas sospechas de que algo huele a podrido en la clase política del archipiélago. Tampoco vendría mal que repasaran la definición de la palabra Justicia y vieran que la dama con los ojos vendados no tiene por qué responder a ninguna ideología, nombre o nacionalidad. Está, o por lo menos debería, muy por encima de los errores que con tanta facilidad cometemos los seres humanos. Eduardo Serradilla Sanchis