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El pensamiento único

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Antes de empezar con cualquier otra reflexión hay que aclarar que, tal y como la conocemos hoy, la democracia es la mitad más uno. Como bien se dice, es un sistema no exento de imperfecciones, pero es el menos imperfecto. Una vez aclarada e impuesta la hipótesis inicial de comportamiento, cada escaño, cada hueco, cada posibilidad hay que llenarlo de espectro ideológico, ofreciendo ciento ochenta grados de alternativas, aunque se corre el riesgo que se conviertan, a modo de circunferencia, en los trescientos sesenta correspondiente por haberse tocado los extremos. Dentro de dicho espectro se ubican las diferentes sensibilidades de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. A partir de esta consideración es bueno tener herramientas e instrumentos de detección. 

Sin pretender formalizar un tratado sobre el posicionamiento de cada cual, la diestra y la siniestra es utilizada para describir diferentes corrientes ideológicas que guían la forma en que las sociedades se organizan y toman decisiones difiriendo en una serie de aspectos clave como, por ejemplo, la concepción del papel del gobierno y la economía. Tengamos en cuenta que la parte más liberal apuesta por un gobierno limitado, enfatizando la libertad individual y la autonomía, lo que puede enfocar la acción hacia un cierto darwinismo social. Por otro lado, la ideología más intervencionista tiende a respaldar un gobierno más activo y regulador, con la finalidad de abordar las desigualdades sociales intentando corregir lo que se suele denominar fallos del mercado. Estas diferentes actitudes se alinean, por un lado, con la primacía del mercado libre o, por otro, con un incremento en la intensidad de la intervención para tener como objetivo el mitigar las desigualdades y garantizar una distribución más equitativa de la riqueza a través de políticas de bienestar social y regulaciones más estrictas en aras de una seguridad que pudiera provocar cierto inmovilismo. En cuanto a los valores sociales, la ideología más conservadora se orienta hacia la tradición y la autoridad. Mientras tanto, la ideología más progresista apuesta por fomentar el cambio social. Es decir, o bien se centran en el desafío de la desregulación, o bien en el ámbito de la redistribución de lo generado. Pero sea como fuere, son más escenarios cooperativos que alternativos. ¿Conoce a alguien que le parezca bien la pobreza o que quiera que la estructura económica no sea competitiva, rentable y esté capacitada para generar empleo? Y más aún, ¿puede haber alguna persona contraria a la igualdad de oportunidades?

Siguiendo con los estereotipos, mientras que la persona progresista intenta estar a la vanguardia lista para abrazar cualquier cambio social, buscando formas innovadoras de abordar los problemas y romper con las normas establecidas, la parte conservadora se aferra a la costumbre y valores tradicionales. Así y todo, es importante recordar que la diferente forma de analizar la realidad contribuye a la diversidad de ideas y perspectivas porque, a pesar de sus diferencias, se puede encontrar formas de convivir y aprender incluso en medio de debates compartidos. Estas diferencias fundamentales tienen un impacto significativo en las sociedades y en la forma en que se toman las decisiones políticas con la generación de debates y discusiones. Ahora bien, ante la existencia de los problemas y retos que nos rodean en todo momento, es mejor huir de la simplicidad en lo que a su resolución se refiere porque un problema complejo se soluciona de forma compleja, aquí y en cualquier lugar del mundo. Para lo contrario está el populismo, y ese sí que es verdad que no tiene ideología alguna.

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