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¿Quién protegerá la democracia estadounidense?

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Tristemente estamos siendo espectadores de cómo la primera regla básica de la democracia -la alternancia pacífica, la aceptación de la derrota en las urnas y el ceder el puesto a quien obtiene el apoyo popular- no termina de estar totalmente garantizada en los Estados Unidos. Sin duda alguna, ese sería el culmen de la recesión democrática que sufre el país en las últimas décadas y el camino hacia el autoritarismo. Sin embargo, si como a priori se espera que sea Joe Biden es presidente en enero, ¿podrán frenar el continuo deterioro de su democracia?

Escribía Cas Mudde, un contrastado politólogo experto en derecha radical, que la victoria de Joe Biden era la mejor noticia para la democracia estadounidense y para las democracias del mundo. Se había conseguido frenar la recesión democrática, faro para los gobiernos con deriva autoritaria alrededor del globo. Sin duda alguna razón no le falta. La deriva antidemócratica que estaba experimentando el país, y que continua, liga de lleno con las tesis de los politólogos de Harvard Daniel Ziblatt y Steve Levitsky.

En su libro How Democracies Die (cómo mueren las democracias) explica cómo hoy en día las democracias no se vuelven dictaduras a golpe de Estado violento. El retroceso democrático empieza en las urnas, en el momento en que el pueblo -o parte de él- escoge a un representante con tendencias autoritarias. Este gobernante va a poco a poco socavando las instituciones del país -principalmente el sistema judicial- y apoderándose de ellas, deslegitimando a sus adversarios calificándolos de enemigos, enemigos del pueblo, cooptando las grandes empresas y haciendo callar a la oposición. Es un proceso lento e imperceptible, del cual rara vez los ciudadanos se percatan hasta que es demasiado tarde, argumentan los autores. Para el momento en el que escribían el libro se había cumplido un año del mandato de Trump, y ellos destacaban que ya el Presidente había intentado todas las clásicas estrategias de un potencial autoritario. Es más, en una entrevista reciente Levitsky expresaba que la legislatura había sido bastante peor de lo que se habían esperado en el momento de escribir aquellas líneas.

Pero hay una duda que nos asalta, ¿hasta qué punto es imperceptible este proceso para los ciudadanos? ¿Hasta qué punto sí son conscientes y castigan o no las derivas autoritarias? ¿Y si estamos sobreestimando el apego a la democracia que sienten los votantes? Una de las politólogas españolas a seguir, Berta Barbet, compartía recientemente en su Twitter un estudio de dos politólogo de Yale. En éste se demostraba cómo en un contexto altamente polarizado, como es el caso de Biden vs Trump, a la hora de decidir su voto los votantes dan más peso a su lealtad partidista y preferencias políticas, y menos a castigar a un candidato con tendencias y acciones antidemocráticas. Dicho de otra manera, si el ‘tuyo’ es un potencial autoritario pero es el ‘tuyo’, probablemente preferirás permanecer con tu partido que votar a los rivales. Más aún cuando tienes la percepción, potenciada por la polarización, de que el ‘otro’ y sus políticas suponen una amenaza para tu país, tus valores y tus concepciones. De ser así podríamos caer en la pesadumbre, ¿no son los ciudadanos , el pueblo, los últimos guardianes de la democracia?

A decir verdad, Ziblatt y Levitsky ya parten de esta idea en su libro y dejan bien claro que, lejos de ser el pueblo, los guardianes de la democracia son los partidos políticos. Los partidos frenan -o frenaban- el ascenso de candidatos potencialmente autoritarios, de demagogos. Si la Constitución por sí sola no protege la democracia, puesto que precisamente en su nombre se apoyan los autoritarios, las reglas informales que desarrollan los partidos sí conforman los pilares de ésta. Así pues, argumentan los autores, desde el siglo XIX la democracia estadounidense se había asentado en dos normas compartidas por republicanos y demócratas: la tolerancia mutua, el considerar a tu oponente político como adversario legítimo, y no como enemigo, enemigo del pueblo; y la contención, es decir, dado el enorme poder que poseen tanto el presidente como los congresistas estadounidenses, sobre todo los senadores, autolimitarse en sus propias capacidades para no convertir la democracia en un sistema ingobernable.

Sin embargo, desde los años 80 con la llegada del senador Newt Gringich los republicanos tomarían un rumbo que nos trae hasta hoy en día. La deslegitimación del otro, la estrategia de “cero compromisos” y el sistemático obstruccionismo parlamentario desde el Senado se convirtieron en la norma y no en la excepción. Si bien los republicanos comenzaron este proceso, también los demócratas han adoptado en diferentes momentos tales tácticas de obstruccionismo parlamentario. De esta forma, las reglas informales que sustentaban la democracia estadounidense se comenzaron a socavar. Trump “tan solo” vino a potenciar y acelerar un proceso que ya venía gestándose.

La salida de Trump con toda seguridad supondrá un alivio para la democracia estadounidense, un respiro para las democracias mundiales como argumentaba Cas Mudde. Pero el retroceso democrático no se frenará si los senadores republicanos optan por obstruir sistemáticamente toda iniciativa de Joe Biden. Hasta ahora no está nada claro cuál será la estrategia por la que optarán, hasta dónde llegará el legado de Trump y su influencia futura, ni si habrá un número suficiente de ellos que decidirá apostar por la democracia y frenar el retroceso. Lo que si parece claro es que no será una legislatura de grandes avances progresistas. Sino más bien una legislatura de mínimos, de tejer acuerdos transversales. Los demócratas, encabezados por Joe Biden y Kamala Harris, tienen la responsabilidad de reconstruir las dos grandes reglas informales que sustentaban la democracia estadounidense: la tolerancia y la contención. Pero la última palabra la tendrán los republicanos. Así pues, y si están en lo cierto Ziblatt y Levitsky, ¿seguirán siendo los partidos políticos los guardianes de la democracia?

Romén Adán

Politólogo por la Universitat Pompeu Fabra

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