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Referéndum antisanchista y conservadurismo “trumposo”

Santiago Pérez

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La primera premisa de la democracia consiste en aceptar (por mucho que la Historia se empecine en demostrarnos lo contrario) que el ser humano es inteligente, capaz de gobernarse a sí mismo, de integrar sus intereses individuales con los de los demás congéneres... En fin, que no es mero homo homini lupus ni la sociedad una selva en la que el grande se come al chico. Como se ve, esa primera premisa está sustentada más en el optimismo de la voluntad que en el realismo de la experiencia. Pero en algo debe creer uno. Si no, la vida en sociedad, fuera de la cual sólo hay bestias o dioses (decía Aristóteles), no merece mucho la pena.

Creo que esa primordial premisa es además la primera nota definitoria del progresismo: la de un cierto optimismo antropológico.

El conservadurismo, especialmente en las versiones más extremas que campan a sus anchas en este perro mundo globalizado, se sustenta -por lo contrario- en una visión pesimista de la condición humana, al menos de la de la mayor parte de los hombres y mujeres que la encarnan: egoísmo, manipulabilidad, sobornabilidad (todo y todos tenemos un precio)... Si no fuera porque esa visión es incompatible con la democracia, allá ellos. Xavier Trías lo diría más descarnadamente.

La XIV Legislatura del “Régimen del 78”, como algunos desdeñosamente lo identifican, es para no olvidarla. Por pura necesidad de supervivencia de un tipo de convivencia, la democrática, que constituye la excepción y no la regla en el devenir de la historia hispana.

La derecha ha cuestionado, desde que se abrieron las puertas y se encendieron las luces de esta etapa progresista, la legitimidad del Gobierno. Todo el mundo sabe que esa es la condictio sine qua non de todos los golpismos habidos y por haber. Condictio necesaria, aunque no suficiente. Y si esa semilla del diablo se riega desde la oposición nunca suelen faltar personajes y poderes dispuestos a cosecharla. Y con esos mismos aires deslegitimadores andan, a modo de guerra preventiva, preparando el terreno para la próxima legislatura, por si Sánchez consiguiera o consiguiese la investidura.

En los últimos años, el PP y la imponente artillería mediática que ponen a su disposición los jesúsgil de la España actual, es decir los que ven el partido de la política desde el palco y presumen de fichar y despedir a su antojo a jugadores y entrenadores de su equipo, nos obsequian con una serie de portavoces, efímeros por fortuna, mintiendo en vivo y en directo a todo el respetable público, sin pestañear. Los últimos de la serie son un tal Bendodo y un tal Tellado. Me impactan, aún más que las mentiras ininterrumpidas, la “frescalidad” con que pretenden tomarnos el pelo

El referéndum derogatorio

Pero bueno: no quedamos en que estas elecciones eran un referéndum contra el sanchismo, contra las políticas desplegadas por el Gobierno progresista presidido por el diabólico Perro Sanxe. Pues los referéndums se cuentan por votos: y con el 45,44%, que son los votos del PP+Vox, patrocinadores del plebiscito antisanchista, lo han perdido.

No vaya a ser que el PP (también en esto) acabe pareciéndose a algunos de sus denostados “golpistas” catalanes que después de calificar de referéndum por la independencia las elecciones al Parlament de 2015, y perderlo en votos -que es como se mide el resultado de este tipo de consultas- acabaron diciendo que lo habían ganado porque traducidos los votos en escaños por una normativa electoral que, como casi todas, establece premios y castigos en escaños en la misma medida que se alejen del principio constitucional del “voto igual”, es decir de que cada voto tenga el mismo peso en la composición del Poder Legislativo. De todos modos, este referéndum derogatorio lo han perdido en votos y en escaños.

Cualquiera puede convertir, en términos políticos, unas elecciones en una consulta sobre la independencia o, como ocurrió en las elecciones municipales de 1931, sobre la monarquía. Ahora bien: sólo en términos políticos. Y si el resultado fuera (más votos síes que noes) favorable a la separación o a la instauración de la república, podrá ser gestionado o no en función del marco constitucional. Y si fuera jurídicamente impracticable, pues el País se adentraría en una senda muy sinuosa y de pronóstico incierto.Ese habría sido el caso, si la fuerzas independentistas hubieran alcanzado más del 50% de los votos en aquel “referéndum”, pues cualquier reconocimiento y el ejercicio del derecho de autodeterminación requeriría una Reforma de la Constitución por la vía agravada del artículo 168, por afectar a la unidad de España proclamada en el Título Preliminar. Y esa Reforma agravada tendría obligatoriamente que ser aprobada en un referéndum en el que votaría toda la ciudadanía española, no sólo la catalana. Que, dicho sea de paso, también aprobó -a la catalana me refiero- y con un altísimo porcentaje de participación y de votos afirmativos la Constitución de 1978.

Pues miren por dónde, Feijóo and company, después de intentar convertir las elecciones generales en un plebiscito contra Sánchez y perderlo, han caído ahora en la cuenta de que eran elecciones parlamentarias y se inventan el derecho a gobernar del partido con mayor representación parlamentaria. Sin explicarnos siquiera cuáles serían sus prioridades, ya que metidos a plebiscitar se olvidaron de enseñarnos el programa con el que concurrían el 23J. Aunque ya disponemos de un buen catálogo, a la vista de lo que están pactando con los neofascistas en comunidades autónomas y ayuntamientos.

Que todas estas cosas estén ocurriendo al mismo tiempo que el PP (auto bautizado “constitucionalista” e ignorando la esencia de la democracia parlamentaria instaurada por la propia Constitución) haya fumigado en todas las instituciones territoriales en que ha podido, apoyándose en la derecha neofranquista, a los candidatos socialistas que habían ganado las elecciones, lo único que evidencia es que los sectores más trumposamente  conservadores del empresariado, y sus sucursales mediáticas y políticas, van a perseverar en sus andanzas. Tiempos difíciles para la convivencia democrática, cuya salud se verá gravemente afectada si en la próxima Legislatura los trumposos y sus agentes siguen con el mismo raca-raca.

Se los dije a la cara, desde la tribuna del Senado, en el debate de la Ley de Memoria Democrática: “España es mucho más y, en mi opinión, mucho mejor que lo que ustedes representan”.

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