De riesgos y motivaciones
¿Se puede tener objetividad siendo sujeto y subjetividad siendo objeto? La composición semántica de estas palabras justamente generaría el significado contrario. Bajo esta conceptualización, y teniendo en cuenta la espesa niebla sobre la que se basan ahora mismo las predicciones de diferente naturaleza, podemos asegurar que el primer efecto de la incertidumbre no es saber solo lo que va a pasar, sino los riesgos que asumimos. Por ello, se puede definir la percepción del riesgo como la posibilidad de localizar, reconocer y responder ante una situación de daño latente. Normalmente se basa en situaciones inminentes que permiten realizar escenarios probabilísticos de ocurrencia, dependiendo de la cantidad y calidad de la información de la que se disponga, así como de la capacidad que se tiene para procesarla.
En este sentido, de acuerdo con nuestra experiencia, formación, creencias o entornos, la percepción cambia, incluso siendo la misma persona. Es por ello por lo que no es posible la comparación entre sujetos, de ahí que se tenga que personalizar la sensibilidad y, por lo tanto, los mecanismos de actuación porque no tenemos una imagen homogénea de partida, por lo que tampoco la tendremos de llegada.
La peligrosidad de ser consciente de las contingencias ocasiona la infravaloración de la fatalidad, ya sea porque se asiste a una ausencia de una visión prospectiva, ya sea por situaciones de comodidad o por la simple presión social. Como resultado de tal situación, hay que incrementar, sin aspavientos, las dosis de información, para igualar, en la medida de lo posible, si no la percepción, al menos, la atención. O lo que es lo mismo: tener conciencia. Y luego haces lo que te dé la gana.
Necesitamos un objetivo sobre la base de un desafío. De hecho, como animales supuestamente sociales que somos ansiamos pertenecer a algo, formando parte de un grupo, ya sea tal y como somos o, al menos, sobre la base de las características de inclusión, para así customizarnos y tener la pertinente aceptación. A partir de ahí, o arrastramos o nos vemos arrastrados. O también, o lideramos socialmente o lideramos emocionalmente. Todo dependerá del concepto de independencia, responsabilidad y empatía de cada cual.
Y una vez percibidas las amenazas, habrá que gestionarlas a través de un proceso de planificación, organización, dirección y control de los recursos que tengamos a nuestro alcance. Dichas amenazas no siempre dan como resultado aspectos negativos. También ofrecen oportunidades para conservar o crear valor. Para ello, hay que establecer estrategias y objetivos que permitan maximizar los beneficios al mínimo coste.
Entonces, ¿si hubiéramos nacido en otra época, con nuestros mismos condicionantes y genética, tendríamos una vida más fácil o difícil? Sería diferente. Solo eso. Compararnos intertemporalmente no tiene mucho sentido. Aprender, sí. Las cosas no suceden por una alineación de los astros. De hecho, el destino no está escrito, sino que va sucediendo de acuerdo con el paso del tiempo. Algunos hechos estarán provocados por las actuaciones pasadas y presentes. Otros, sin embargo, aparecerán de pronto, porque no vivimos en burbujas aisladas. Los riesgos siempre estarán. No queda de otra que gestionarlos, porque esconder la cabeza solo muestra el lado cobarde de las personas
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