Shock 2020-2022: del elefante al alfiler

Civiles ucranianos que huyen de la guerra en su país llegan hoy al puesto fronterizo de Beregsurány (Hungría). EFE/ Luis Lidón

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Primer golpe. Gran Recesión de 2008: contaminación sobre los sectores financieros e inmobiliarios. Segundo golpe. Pandemia en 2020: fractura de las cadenas de suministros y hundimiento del turismo. Tercer golpe. Invasión de Ucrania en 2022: terremoto energético y reorganización del mapa geopolítico. Esta vez España parece estar menos expuesta.

Enric Juliana, director adjunto de La Vanguardia, explica que la historia contemporánea española es una sucesión de shocks. La revolución rusa de 1917 lanza al general Primo de Rivera a tomar el poder mientras el fascismo aparece en Italia. El crack del 29 exilia a la monarquía, facilita el establecimiento de la Segunda República y, hasta cierto punto, también allana el camino hacia la Guerra Civil. El enorme terremoto de la Segunda Guerra Mundial provoca que una dictadura vinculada con Hitler encuentre un bote salvavidas como fortín anticomunista. La autarquía estuvo a punto de hundir este modesto bote, pero esta vez el flotador tenía forma de liberalización de la economía (1959) y aroma a clase media.

La crisis del petróleo de 1974, provocada por la guerra de Yom Kippur, aceleró el final del franquismo y puso patas arriba los planes de una transición lenta. Se llevaron a cabo los Pactos de la Moncloa, pero la revolución iraní de 1979 volvió a encarecer los precios del petróleo, situación que hunde al presidente Suárez y el PSOE llega al poder. España ingresa en la Comunidad Económica Europea, etapa de bienestar, privatización de empresas públicas y fiebre inmobiliaria. Shock yihadista en 2004, crisis financiera en 2008, crisis sanitaria de la COVID-19...

Resulta extremadamente complicado intuir hacia dónde nos conduce el shock 2020-2022. No es fácil captar los cambios cuando estos apenas comienzan a manifestarse. Nos llegan fragmentos de información pero nunca observamos la panorámica de la situación en tiempo real. En muchas ocasiones ni siquiera sabemos qué es lo que ignoramos, pero sí hay preguntas que podemos concretar.

De lo general a lo particular. Plano general.

Los medios occidentales interpelan a China. Se preguntan qué posición tomará Pekín, cuál será el papel de Xi Jinping en el nuevo escenario. Es una gran incógnita. Unos defienden que la tensión con la órbita occidental aumenta la consolidación de la alianza sino-rusa. Otros argumentan que Moscú y Pekín mantienen una cooperación de conveniencia con importantes tensiones camufladas (el Lejano Oriente ruso, Asia Central, etc.) y estas contradicciones se pueden acentuar a corto plazo.

Los dirigentes comunistas chinos se mantuvieron leales al liderazgo soviético hasta la muerte de Stalin en 1953. Los chinos se opusieron a la política de “coexistencia pacífica” con el bloque occidental de Jruschev y Brézhnev. Las tensiones aumentaron hasta que en 1969 se concentraron cientos de miles de soldados en tierras siberianas, a orillas de los ríos Amur y Ussuri. Un conflicto fronterizo altamente peligroso.

Mao Zedong y Zhou Enlai (su primer ministro) se sintieron rodeados tanto por la propia URSS, como por países satélites de Moscú y otras naciones pro-soviéticas (con la guerra de Vietnam como telón de fondo). En este contexto, la administración Nixon aprovechó la ruptura sino-soviética para impulsar su acercamiento hacia China en 1971-72.

Divide y vencerás.

Las contradicciones volvieron a emerger a finales de los ochenta. Gorbachov primaba las reformas políticas (Perestroika y Glasnost) para dinamizar la economía. Deng Xiapoing priorizaba la reforma económica excluyendo la apertura política (represión en la plaza de Tiananmen en 1989). ¿Cómo coexistirán ahora las doctrinas nacionalistas rusas y la creciente asertividad económica de China?

Las escuelas de negocio tendrán que revisar sus cursos formativos. El tiempo de la globalización y el libre comercio, donde la economía sólo se interesaba por las cuentas de resultados y no por la política, está en peligro. La envergadura de las sanciones a Rusia ha manifestado con claridad estas nuevas coordenadas en la Unión Europea.

Un poco de zoom. Plano medio.

En los dos últimos años los dogmas financieros de Bruselas han sufrido rectificaciones sustanciales para adaptarse a los seísmos de la nueva década. El golpe de timón de 2020 se comprende mejor si revisamos lo sucedido unos años antes. Un apunte previo: los gobiernos tienen obligaciones a corto plazo y refinancian cada año parte de su deuda para cumplir con esos compromisos. Si el mercado de capitales pronostica que el Estado puede pagar sus deudas, entonces los préstamos le saldrán baratos y no tendrá problemas.

Sin embargo, en 2011 los inversores pronosticaron que algunos Estados con cuentas poco saneadas, como Grecia o Portugal, podrían verse en dificultades para pagar. Entonces, como en una profecía autocumplida, la elevada prima de riesgo provocó el aumento de los tipos de interés: sale mucho más caro pedir préstamos y se complica pagar la deuda. El tratamiento recetado para esta dolencia financiera se llamó austeridad y ya son conocidos sus efectos socioeconómicos y el terremoto político que propició.

Tras el confinamiento de 2020 se prescribió un tratamiento diferente. El músculo exportador alemán había sufrido por la victoria del Brexit, la elección del presidente Trump (proteccionismo) y la guerra comercial entre Pekín y Washington. Las crisis de 2008 y 2011 tuvieron un grave impacto en el sur de Europa pero no afectaron tanto a la industria alemana. Sin embargo, tras el shock de 2020 la posibilidad de derrumbe económico de los dos grandes países del sur, España e Italia, sí amenazaba la estabilidad económica del núcleo de la Unión Europea.

La nueva terapia financiera se basó en la emisión de deuda común a través de la Comisión Europea. Esta decisión (adoptada tras una dura negociación) permite a los países más afectados del sur endeudarse con mejores condiciones en los mercados internacionales debido a que los bonos emitidos a nivel comunitario se benefician de la fiabilidad que aportan las economías de los países del norte (menos endeudadas).

Ahora, tras dos años de pandemia, la recuperación económica se cruza con una guerra en Ucrania y enormes sanciones a Rusia para interrumpir la brutal invasión en curso. Crece la incertidumbre sobre los precios de la energía y vuelve a escucharse la palabra inflación. Aumentan los presupuestos en defensa, pero la toma de decisiones en política exterior seguirá siendo complicada porque, en vez de mecanismos de mayorías, persiste el requisito de unanimidad entre los Veintisiete. ¿Despertar geopolítico de la UE? ¿Acelerador de las contradicciones nacionales?

Del elefante al alfiler. Primer plano.

Buena parte de la tendencia inflacionista tiene que ver con la configuración de la tarifa eléctrica, donde el precio del gas tiende a primar sobre energías más baratas como las renovables (el gas supone sólo un 15% de la generación eléctrica española). En el Consejo Europeo del 24 y 25 de marzo se debate sobre cómo desacoplar el gas del precio de la tarifa eléctrica. Cumbre de alta tensión por la divergencia de intereses entre Estados miembros.

Madrid y Roma se aliaron en 2020 para reivindicar un fondo de recuperación apropiado a las circunstancias. Ahora el sur se vuelve a movilizar. El italiano Draghi acogió una reunión con Sánchez, el portugués Costa y el griego Mitsotakis para exhibir una posición común sobre la fijación de los precios de la energía. En Bruselas subirá la temperatura del debate y, si se atasca la negociación de los Veintisiete, España y Portugal exigirán un trato diferenciado debido a su realidad de “isla energética”. Excepción ibérica para reducir la factura de la luz.

Por otro lado, nuestro país cuenta con el 27% de la capacidad de regasificación de gas natural licuado (GNL) de Europa. El problema es que, en algunos aspectos, España sigue aislada: “a un visitante que entrara en España desde Francia, digamos en 1970, el abismo que separaba ambos lados de los Pirineos se le antojaría inmenso” (Postguerra, Tony Judt). En las últimas décadas España ha conseguido superar su tendencia aislacionista, se ha incorporado políticamente y se ha integrado económicamente con Europa, pero tiene una asignatura pendiente con las interconexiones que cruzan los Pirineos.

Bruselas mira con interés una futura plataforma energética en la península ibérica. Junto con la implantación de las renovables, el gobierno de España vuelve a poner sobre la mesa la construcción del Midcat, el gasoducto que conectaría con Francia a través de Cataluña, y que en el futuro podría transportar hidrógeno verde en vez de gas. La distribución de gas y electricidad renovable desde la península también contaría con las oportunidades energéticas del Magreb, región con proyectos de energía eólica y solar. Este plan requiere de delicados equilibrios en las relaciones con Marruecos y Argelia por la cuestión del Sáhara Occidental (unos kilómetros más al sur vuelve a aparecer Rusia a través de los mercenarios de Wagner, que están sustituyendo a las fuerzas de seguridad francesas en el Sahel).

Las interconexiones son complejas y los planes energéticos son a medio plazo, pero ahora existen preocupaciones más urgentes e inmediatas como el enorme flujo de refugiados ucranianos, la evolución de la inflación y la ofensiva política del autoritarismo en Europa. ¿Qué escribirán los historiadores sobre el shock 2020-2022? Sin la perspectiva necesaria todavía no hay respuesta para tantas incógnitas. 

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