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Siempre es ella

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Representabas la edad que no tenías. Más joven, incluso femenino. Acudías a las fiestas con esmero y te quedabas en las esquinas, convirtiéndote en el raro, el raro de los guateques. Así creciste como niño y joven triste, casi adusto. Creciste es un decir. Como la generación anterior, siempre adoraste a Peter Pan, y así os acabaron calificando para siempre. “Lo que nos pierde no son las drogas, sino la soledad” dejó dicho Leopoldo María Panero en el Santa Bárbara o en el Dickens, no lo sé: de ambos fue expulsado en más de una ocasión. Ya no existen. Madrid es la ausencia de sus bares, de sus cafés, de sus viejas terrazas en la Gran Vía, invadidas hoy por las tiendas de cualquier ciudad del mundo, del último rincón. 

Sucede que a veces, unas cuantas, soledad y drogas se mezclan, toda clase de drogas, solo un tipo de soledad, y el estruendo de la catástrofe es mayúsculo. “Una palabra de Nietzsche sirve para conquistar a una novia y un párrafo de Hegel para destruir a un enemigo”. Esto sentenció también Leopoldo María pero ya mucho más tarde, en la terraza del Madrid en Las Palmas de Gran Canaria. “Usted se siente más cómodo en Nietzsche que en Hegel” me espetó el catedrático Valls para justificar solo un aprobado en la asignatura que impartía, “Hegel: introducción a su lectura”. De ahí a la eternidad, es decir, a la Rusia soviética. Menos mal que no me suspendió, hubiera sido incapaz de aprobar semejante Entroido en septiembre.

Ahora, con la recién estrenada primavera, todo parece más fácil. Incluso puedes considerarte acompañado en la terraza anónima de un bar anónimo en el más absoluto anonimato. “¡Qué sería de nosotros sin la lectura!” le dije solemnemente. Ella sonrió. Con aspereza. Y se fue antes de las cinco, como suele hacer. Siempre es ella.

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