Espacio de opinión de Canarias Ahora
La turismofobia, la turismofilia y los límites de lo político
La manifestación convocada para el próximo 20 de abril ya alcanzó, antes de celebrarse, su primera y más importante victoria: el miedo cambió de bando.
Durante estas últimas semanas hemos asistido a episodios grotescos, al tiempo que cómicos, e incluso patéticos. Este archipiélago lo aguanta todo. Hemos visto a dirigentes patronales lamentar la turismofobia para, una semana más tarde, desdecirse escurriendo el bulto en la televisión autonómica; al Gobierno de Canarias despreciar la protesta día sí y vestirse de los ropajes de la impugnación contra la precariedad laboral del turismo día también; y a magacines televisivos británicos preguntarse, indignados (ellos, los más honestos), si debería el Reino Unido “boicotear Tenerife”, su isla de vacaciones. Pero, ¿cómo interpretar este circo, este baile de máscaras diario de declaraciones contradictorias y eventos ininteligibles?
Canarias es un teatro. Toda política lo es, claro, puesto que toda política consiste en una escenificación del conflicto, pero la gramática de su guión no es la épica, tampoco lo es la tragedia, ni mucho menos es el esperpento. Y, a pesar de su proximidad a la política española, el archipiélago no es muy proclive a los excesos de dramatización. No, la política canaria es, ante todo, el ejercicio consciente de la confusión, un teatro de la picaresca de doble fondo. Sus personajes son quimeras que dicen y aparentan ser lo que no son. Al mismo tiempo, el guión es muy propenso a la ambigüedad: los esfuerzos – económicos, políticos y mediáticos – se dirigen a recubrir todo de una nebulosa que no permita ni al propio espectador distinguir qué es y qué no es cada personaje. Si nadie entiende nada, entonces será que no hay nada que entender.
El nexo común que une los últimos acontecimientos no es otro sino el hecho constatable de que el campo popular ha situado sus términos de discusión en el centro de la agenda social, política y mediática de Canarias. Ese es un logro muy meritorio, teniendo en cuenta la porosa membrana que separa a la sociedad canaria del debate y la toma de decisiones de los asuntos públicos. Vivimos (¿vivíamos?) de espaldas a una realidad que nos golpea de frente todos los días, sin poder darle nombre ni enfrentarla con decisión. Canarias tiene un límite, lema de la convocatoria de las manifestaciones, despeja el campo de juego y traza un nuevo sentido común: el modelo productivo ya no da más de sí. Nada menos que concentraciones simultáneamente en todas las islas (convocadas por diferentes convocantes), manifestaciones en ciudades de la Península Ibérica y unas cuantas más en capitales europeas. E ilusión, mucha ilusión. Todo un mensaje.
La gestión del miedo, que siempre vuelve
Es un alivio saber que el adversario no es muy sofisticado. El vicepresidente de Ashotel, Gabriel Wolgeschaffen, desinteresadamente preocupado por la reputación del turismo, advirtió que “a la vaca que da leche hay que dejarla tranquila”. Para desgracia de este individuo, la sociedad canaria lleva décadas sosteniendo, de manera intermitente pero explosiva, la defensa del territorio a partir de una máxima que anticipaba el pensamiento ecologista del presente: activar el freno de emergencia. Es en el pasado de las movilizaciones ecologistas en donde debemos rastrear el poso popular que eclosionará el 20 de abril, como a su vez es en la tragedia de este movimiento – intermitente, espontáneamente exitoso, pero sin continuidad orgánica en el campo popular – donde debemos anticipar los enormes obstáculos que presagian, premonitoriamente, las incertidumbres del presente.
Décadas de modelo de desarrollo turístico nos dejan una estampa sociológica arraigada en el imaginario colectivo canario que es preciso identificar y cuestionar. Ese no puede ser calificado sino como el discurso del miedo. El turismo simboliza el contrato social de Canarias y, al mismo, nuestro encaje en la división europea del trabajo. Representó una promesa de prosperidad para generaciones de canarios después de siglos de emigraciones, exilios y pobreza severa bajo los anteriores regímenes de monocultivo. Efectivamente, bajo la égida del desarrollismo turístico, Canarias alcanzó niveles de bienestar nunca vistos. Ello funciona como un discurso disciplinador ante cualquiera que cuestione el modelo, y es el declive de su credibilidad para cumplir ese pacto por cuestiones evidentes (cada vez más turistas y cada vez más pobres) lo que ofrece la ventana de oportunidad para entender el agotamiento del modelo, el descrédito de sus defensores y el hartazgo de cada vez más canarias y canarios.
El discurso del miedo, por despiadado, es simple de entender. Personifica un chantaje lacerante que resuena en la memoria de generaciones de canarios que conocieron la miseria. Sus voceros pregonan que el turismo nos sacó de pobres. Falso. Hay que negarlo sin complejos porque ni siquiera es una verdad a medias. Quizá, y siendo generosos, se trata más bien de una mentira a medias. No fueron los hoteleros ni las turoperadoras, ni la inversión extranjera, ni tampoco el gasto del turista visitante, lo que trajo bienestar social a Canarias. Fue el pueblo canario mismo, a través de sus organizaciones sindicales, sus Asambleas de Vecinos independientes, sus cristianos de base, su movimiento feminista pionero y sus organizaciones partidistas de clase, quienes presionaron activamente para acabar con el chabolismo, edificar el sistema educativo y erigir el servicio canario de salud.
El discurso oficial ha pretendido borrar convenientemente esta disputa. El régimen de desarrollo presente es el reflejo, ni más ni menos, de la correlación de fuerzas entre estas dos potencias que, en su choque, alcanzaron un equilibrio que desde hace tiempo se encuentra obsoleto. Cuando hablamos del modelo productivo, subrayar la agencia del movimiento – su capacidad de obrar, de torcer la mano al poder, de desbordarlo y de obligarle a asumir sus demandas – es la cara opuesta de la imagen de un pueblo canario que debe ser agradecido y servicial ante las migajas que le proporcionan los poderosos. Nada se ha ganado sin un enorme esfuerzo y organización en la historia social de Canarias. Y nadie, absolutamente nadie, lo tiene más presente que el adversario.
El pacto antes mencionado también contiene, de forma implícita, una promoción activa de la despolitización social. Los discursos parlamentarios, las escaletas radiotelevisivas y el diálogo social entre patronal y sindicatos en Canarias tienen como objetivo la contención no específicamente del conflicto (en ocasiones incluso lo han promocionado), sino de su curso. El discurrir del conflicto en Canarias, ante todo, siempre debe acabar: no puede permanecer activo mucho tiempo, pues sus derivadas podrían ser incontrolables. A su vez, paradójicamente, el conflicto debe terminar en un reforzamiento de las posiciones de poder de aquellos que lo detentan. Pueden aceptarse muchas demandas y pueden ser integrados algunos sectores del movimiento. La elasticidad del poder en Canarias no conoce límites y a la historia reciente – examínenla ustedes mismos – me remito. Es así como el ejercicio del poder en nuestro querido archipiélago, recordando la novela y película homónima El Gatopardo, ha incorporado como ADN político aquello de que es preciso cambiarlo todo para que en el fondo nada cambie. Su método es el ejercicio de la confusión y, de tener éxito, le sucede, de nuevo, el miedo.
El campo popular
De repente, todo el mundo está de acuerdo con la ecotasa, con subir los sueldos en el empleo turístico, y de lo que haga falta. El discurso oficial y la Canarias real rara vez confluyen. Y, cuando lo hacen, significa que un enorme esfuerzo teatral se encuentra en marcha.
Sin lugar a duda, el acierto discursivo de la convocatoria del 20-A es la proyección de un deseo: que estas sean las manifestaciones “más grandes” de la Historia de Canarias. Sin esa ambición hubiese sido difícil activar la ilusión en la sociedad. Toda propuesta con vocación de éxito requiere [dosis homeopáticas] de adanismo, de lo contrario está condenada a morir antes de nacer. Hasta aquí, no obstante, creo conveniente identificar algunos inconvenientes cuyo propósito no es otro sino el de invitar a una discusión crítica y constructiva sobre la convocatoria del 20-A y de su recorrido en el futuro.
El éxito del campo popular no debe medirse por el número de personas que acudan a las manifestaciones. Será un dato relevante, desde luego, pero con escaso poder explicativo. En primer lugar, su recorrido debe examinarse por su capacidad de sortear los obstáculos y órdagos mencionados anteriormente que el adversario le lance. En segundo lugar, debe ser capaz de ofrecer un mensaje claro. Hasta el momento, no tenemos constancia de ningún manifiesto que plantee las tesis de la convocatoria más allá del lema – que Canarias tiene un límite – y una serie de demandas adjuntadas al cartel – ecotasa, moratoria turística-vacacional y prohibición de compra de viviendas a no residentes –. El diagnóstico no puede nadar en el vacío, y las demandas no tienen que ser presentadas, sino articuladas. ¿Cuál es el horizonte de emancipación a la vista?
Se supone que es el cambio de modelo. En mi opinión, esto es francamente discutible, habida cuenta de lo planteado acerca del diagnóstico – Canarias tiene un límite – y las demandas. Invito a los lectores a que rebusquen en los quinientos años de historia de Canarias. Muy difícilmente encontraremos un ejemplo de cambio de modelo productivo como consecuencia de una reclamación de las mayorías sociales. Más bien nos encontraremos con una realidad dolorosa: las grandes transiciones productivas suelen obedecer a las necesidades de quienes detentan el poder en el archipiélago, en sintonía con los grandes centros de poder fuera de él. El escenario que nos ocupa no es un archipiélago aislado con sus problemáticas internas, sino insertado en toda una serie de redes que lo vinculan con fuerzas más poderosas que las de un presidente de la patronal turística condenado por fraude fiscal que es algo aficionado a la comedia (el bueno de Jorge Marichal, presidente de la Confederación Española de Hoteles y Alojamientos Turísticos, por si alguno anda ya perdido con tanta retórica). En la propuesta de un cambio de modelo no caigamos en la trampa teórica de pensar desde una isla conceptual dentro de la isla física. Es así como nos quiere el adversario, porque contribuye al clima de confusión.
El campo popular debe disipar la nebulosa, y ello pasa inexorablemente por la definición del adversario. El horizonte de un cambio de modelo tiene que promover, para ser creíble y poder ser articulado popularmente, la creación de identidades. La disputa por el modelo no es otra cosa sino la enunciación de una diferencia. El campo popular debe referenciarse en aquello que lo distingue del adversario (y este, a su vez, debe ser caracterizado y definido políticamente, lo cual es una tarea pendiente). Es más, aquello que simbolice el adversario en buena medida lo es todo, porque debemos entender al adversario como un antagonista al que confrontamos. Eso es lo que significa un exterior constitutivo. Y es una cuestión apremiante en tanto que debemos convertir en virtualmente IM-PO-SI-BLE que el adversario pueda asumir las demandas del campo popular. La disputa por el modelo, cuyo deseo de cambio se enuncia en esta convocatoria, no debe poder concebirse por parte de los simpatizantes del 20-A como una gestión amable del turismo (un modelo productivo de rostro humano). Si no se pone pie en pared ante esta cuestión, me temo que todo esfuerzo será en vano.
Es por ello por lo que se antoja imprescindible ser muy audaces en lo discursivo. No queda otra. Les contaré una cosa. Recientemente un proyecto de investigación de la UNED (2022) titulado Proyecto Consenso, examinó las iniciativas legislativas aprobadas en parlamentos autonómicos en España entre 1980 y 2021. El estudio arrojaba una conclusión empírica demoledora: Canarias es la segunda Comunidad Autónoma con mayor índice de consenso en la aprobación de leyes. El sistema político canario es hiperconsensual. Eso no quiere decir que no se escenifique cierto antagonismo en nuestro sistema político, pero la conducción del mismo tiende a la integración suavizada del conflicto. Es preciso entender que, para el poder constituido, el problema no está la imposibilidad de asumir las demandas. Las demandas son asumibles (no sería la primera vez que ocurriría, repito). Si no ha ocurrido aún, es porque todavía la correlación de fuerzas se inclina abrumadoramente hacia las posiciones del adversario. El problema reside en facultar al campo popular con el poder para imponer sus demandas en estas condiciones en las que, momentáneamente, el adversario podría verse contra las cuerdas, a la expectativa de cómo encaja la sociedad el 20-A. Me reitero en la idea anterior: la disputa por el modelo no es una cuestión retórica que se resuelve mecánicamente, sino la politización de las identidades, situando la potencia de estas al servicio no de las demandas en sí, sino del horizonte político de emancipación que encarnan. De este modo, el primer paso no es otro que el de jugársela discursivamente. Pero no acaba aquí.
La segunda convicción es que para la creación de las identidades del adversario y del campo popular (con su denominación y significación pendientes respectivamente), este último debe asumir una tarea harto difícil. Esta es la de construir la independencia política del campo popular. Con esto me refiero no a una mera actitud, sino a una línea estratégica de carácter orgánico cuya convicción inquebrantable debe ser la de aspirar a la autonomía política y organizativa del pueblo canario, renunciando a cualquier tipo de relación institucional, empresarial o mediática externa al propio campo popular. Como decía al principio, el ejercicio del poder en Canarias no pretende la contención específica del conflicto, sino el controlar su cauce de manera que su integración en el sistema político fortalezca las posiciones de poder de quienes lo detentan. Cuidado, esta no es una invitación al radicalismo de nicho, ni mucho menos a una hostilidad de naturaleza violenta. Nada satisfaría más al adversario, justamente, que la posibilidad de caricaturizar o demonizar al campo popular para negarle la legitimidad de sus posiciones.
Un ejemplo útil para ilustrar este argumento es el de cuando hace justo dos años, durante una manifestación en el sur de Tenerife que se desvió de su cauce, pudimos ver, gracias a su grabación, que unos pocos canarios comenzaron a soltar proclamas en pleno paseo de la Playa de las Américas coreando el lema tourist go gome. El adversario trató de demonizar este evento planteando que los manifestantes estaban intimidando a los turistas – nada más lejos de la realidad –, pero no fue eso lo que molestó, lo que realmente provocó el miedo del adversario. La clave de este asunto es algo que debería convertirse en un principio rector de la acción política: la reapropiación del espacio social. De repente, la política se colaba en las zonas turísticas, las áreas que simbolizaban el paraíso fueron desprovistas de su encantamiento alienante y, en un instante, el turismo se reveló como un castillo de arena que podía ser cuestionado. Esa es la actitud específica que debe informar, a mi juicio, la organicidad del campo popular. Una actitud activa y altiva frente al adversario con una vocación de autonomía política respecto de este. En definitiva, lo que debe estar en el centro de la praxis teórica del campo popular es construir su independencia política contra la captura institucional.
Que Canarias sea una fiesta
Pero hasta ahora, las señales que emiten los diferentes convocantes del 20-A no invitan precisamente al optimismo en este sentido. Junto a la ausencia de manifiesto común – que conozcamos – y el de un mensaje unificado se suma el problema de no saber exactamente quiénes son los portavoces de estas convocatorias. Sí es cierto que ha habido intervenciones en la calle, en medios de comunicación e incluso han sido ensayados intentos de portavocías corales – que conozca quien escribe, en Gran Canaria –. Es posible que la ausencia de portavocías (y los peligros de la representación que ello entraña) haya permitido rehuir los golpes del adversario y facilitar que el mensaje se sitúe transversalmente. Sin embargo, esto solo sirve para un primer asalto, y alberga una serie de complicaciones en su desenvolvimiento futuro. Esta realidad constata una verdad incuestionable. El escenario que se expresará el 20-A reflejará una correlación concreta de fuerzas: el adversario no es muy sofisticado (pues aún no tiene claro qué línea seguir), pero su poder orgánico (político, empresarial y mediático) se encuentra intacto y bastante coordinado; en cambio, el campo popular está siendo creativo y sofisticado (por algo ha conseguido marcar la agenda), pero adolece de una debilidad que es la fragmentación organizativa. Esta correlación dejará de estar en equilibrio muy pronto, así que se antoja prioritario asumir la tarea de evitar la cooptación por parte del adversario, y la construcción de una organicidad común e integradora desde el campo popular.
Quien les escribe no es ingenuo. Es una tarea dificilísima, solo basta con tener algo de memoria. En un territorio tan fragmentado como el archipiélago canario, se precisa una cultura unitaria de dimensiones extraordinarias. Cultura unitaria no basada en un fetichismo de la unidad, no en una suma de las partes (a saber, las asociaciones convocantes) en un sujeto mayor. Se trata de incorporar al campo popular a toda esa gente que simpatiza abiertamente y acudirá al 20-A pero que no se encuentra interpelada para organizarse. De lo que se trata es de trascender el propio 20-A. La primera piedra desde la que construir, a mi juicio, no es otro que acordar un compromiso orgánico en torno a unas tesis políticas (a saber, como propuse anteriormente, las primeras son quiénes somos y quién es el adversario). La unidad y la construcción orgánica no deben erigirse en torno a la fascinación por los liderazgos carismáticos, las iniciativas osadas/temerarias y las identidades cuya subjetividad refleja la voluntad de situarse en los márgenes. Estos tres fantasmas no entrañan un peligro para el campo popular por sí mismos – no se trata de una cuestión estética –. Es más, creo que son absolutamente imprescindibles para el campo popular. La cuestión crítica es la mediación de estas actitudes específicas en la construcción de una cultura política unitaria. La cultura unitaria va primero, y todo lo demás después.
En definitiva, se trata de darle la vuelta a todo. La gran tarea pendiente de los movimientos sociales – en este artículo, el campo popular – en la historia de Canarias es la de elaborar un horizonte riguroso, creíble y ambicioso que conecte con los deseos de emancipación del conjunto del pueblo canario. Esta es una oportunidad única para que algún día podamos exclamar, orgullosas: ¡todos en el campo popular, nada contra el campo popular, nada fuera del campo popular! Y ganar.
Posdata: No debemos olvidar que, hoy en día, hay personas en Canarias con procesos penales abiertos por enfrentarse a personas muy poderosas. Que el adanismo del 20-A no nos haga rehuir la mirada sobre las heridas abiertas – en Canarias lo personal siempre fue político – de las personas con nombre y apellidos que se la juegan. Una cultura unitaria también debe partir desde la memoria. Y es que mientras escribo estas líneas, me entero por las redes sociales que los militantes de Salvar La Tejita han vuelto a subirse a las palas de las grúas para interponerse por enésima vez a la construcción del hotel. Dos días antes de que canarias y canarios en el mundo entero llenen las calles pidiendo un cambio. Estos hechos (uno de mayorías, otro de minorías militantes) se encuentran conectados, y eso es tremendamente maravilloso y esperanzador para lo que viene. Mi ánimo está con todas esas personas valientes. La crítica política que hago en este artículo sería ilegítima y, sobre todo, inútil de todas todas, si estuviera disociada del reconocimiento del vínculo colectivo por nuestra tierra que tan hermosamente viene expresándose como Canarias no se vende, se ama y se defiende. Son ustedes el hilo, semilla del campo popular.
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