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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González
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¿A dónde vamos?

José Carlos Gil Marín / José Carlos Gil Marín

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Ya nadie habla en Canarias del cambio del mercado productivo. Ahora, entre informaciones sobre datos erróneos de la población de la cocapital de Canarias, que determinado periódico tinerfeño -ahora independentista antaño franquista- cifró el 10 de enero en su página cuatro en más de 899.000, hasta una página entera dedicada a la tumba del rey nigeriano “JaJa” en otro medio de referencia, que además ya ni siquiera está para poder ir a visitarla en el caso de que éste fuera un personaje histórico de interés relevante, parece que en las islas está cambiando la definición del hecho noticiable. Además, tan sólo 6 de cada mil titulados en ciencias de los que terminan sus estudios en las islas, y ser últimos en el ránking i+d del Estado, no marcan precisamente las condiciones adecuadas e idóneas para reírse. Porque, además, para reírnos no estamos? En esta Canarias de cada día existen demasiados “fueras de ordenación” para poder reírnos.

Ante esta situación surrealista me viene a la memoria el libro de Saramago “Ensayo sobre la ceguera”. Ensayo sobre la ceguera es una excusa para retratar el comportamiento humano en una situación límite: En este caso, cuando a causa de una extraña enfermedad, todo el mundo se va quedando ciego poco a poco. Es una obra dura pero narrada de forma amena, casi como un cuento, a veces recreándose en la desesperación de los protagonistas, a veces narrando de forma simbólica como actúa el mundo entero y por tanto realizando un tipo de ensayo -como indica el título- sobre la humanidad: Su egoísmo innato, sus instintos primarios pero también sus dotes de solidaridad y camaradería. Saramago introduce un elemento ajeno, una pequeña mutación dentro de este mundo de ceguera al cual el mundo se ve atado: Una persona ve, una persona puede contemplar las barbaridades a que puede llegar la raza humana, donde quedan retratadas las más grandes miserias humanas hasta el extremo de hacerte estremecer. Cada vez es mayor la responsabilidad de los que tienen ojos frente a los que los perdieron en esta sociedad, pero cada vez son menos los que ven o pueden ver y actúan frente a lo que se ve.

Se han dicho recientemente y reiteradamente palabras como “el drama está servido” o “nos acercamos a 1936”. Sólo el pronunciarlas en tono de advertencia y desafío nos coloca ya en el horizonte de un drama real. Tales expresiones sugieren un apasionamiento político incivil, que es lo contrario del tono de consenso civilizado en torno a los grandes problemas del país de hace una generación. Pero si la analizamos, vemos que esa retórica altisonante tiene su lógica, porque lo que con ella se pretende es crear el ambiente propicio para echar por tierra lo alcanzado.

El contexto de los actos que acompañan a las palabras es mucho más dramático que las palabras mismas.

En las condiciones actuales todo esto no es que sea simplemente dramático. Es que nos retrotrae, como en un túnel del tiempo, tres o cuatro generaciones atrás, hacia el terreno de la incivilidad.

Operan aquí factores internos, estrategias deliberadas y tendentes a impedir un acuerdo durable entre las fuerzas activas de la realidad social? ¿Acaso se trata para algunos de perpetuar un clima de desconfianza mutua, ahogar un espacio de centro, deslegitimar por activa y por pasiva una y otra vez a los adversarios políticos, para vivir de lleno la experiencia de la política como una pasión incivil? ¿Todo por la satisfacción de un rencor, de un interés, de una ofuscación ideológica, de un espíritu de bando? ¿Cuentan con la timidez de quienes no quieren volar y se sienten más cómodos con un territorio corto de alcances, más en su sitio, el sitio que nos asignan otros países europeos, por ejemplo? ¿Creen que al descalificar como demócratas dudosos a la mitad de la sociedad, la otra mitad se siente más a gusto? ¿Imaginan que el instinto de autoconservación de la sociedad es tan débil que asistirá ecuánime a su propio entierro? ¿Desde estas premisas qué futuro nos aguarda?¿Qué futuro es el que le queda a Canarias? ¿De nuevo emigrar? ¿Pero esta vez a dónde? ¿A China, a la India, a Brasil? Ahí no nos salvaría siquiera nuestra cultura común; por no tener no tendríamos ni un idioma común como en la emigración del pasado? ¿Pero qué hacer? ¿Ya nadie habla de cambio de modelo productivo? Hay muchas preguntas y todavía tenemos pocas respuestas. Pero, al menos, tratemos de no perdernos en el ruido y la bruma de lo absurdo.

En las condiciones actuales todo esto no es que sea simplemente dramático. Es que nos retrotrae, como en un túnel del tiempo, tres o cuatro generaciones atrás, hacia el terreno del caos. Porque, partidismos aparte, esto es lo que, obviamente, nos está sucediendo, aunque aún quizás podamos evitarlo si la crisis no nos sigue corrompiendo.Tenemos necesidad de saber cuál es el texto que debemos escribir.

En el fondo, las cosas son relativamente sencillas. O estamos, o nos salimos de él. No nos debemos dejar contagiar por el tiempo de la ceguera política colectiva? Dicen que el reírse de uno mismo genera salud. Pero ese reírse de uno no debe generar en nosotros pasotismo social, no debe generar un mundo virtual que nos aleje de lo real y de lo cotidiano. Porque, si lo consigue, estaremos perdiendo en estas islas atlánticas nuestra desarticulación social.

José Carlos Gil Marín

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