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'The Thruman Show'

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Fruto de dicho experimento socio-económico, la vida de Truman estuvo expuesta al escrutinio y la interpretación de cualquier espectador que quisiera sintonizar el canal ideado para tal fin.

Al principio la idea no fue demasiado bien vista, monitorizar la vida de un niño trajo ciertas controversias dentro de algunos sectores de la sociedad. No obstante, el carácter angelical del joven Truman y un ambiente idílico, deseado por cualquier familia de bien, terminaron por atrapar a la audiencia en todas partes del mundo.

El tiempo fue pasando, la vida transcurrió, pero Truman siempre estaba ahí, con su buen humor, su perfecta vida, sus amigos y un talante que desearían la mayoría de los gobernantes del mundo.

Por ello, no es de extrañar que la vida de Truman se convirtiera en un constante ejemplo para quienes defendían el orden social y el mismo organigrama familiar tradicional y ciertamente conservador. Truman era un ciudadano modelo que nunca contravenía las órdenes ni las cuestionaba. Vivía en una casa modelo, con una mujer igual de modélica y con unos amigos que le ayudaban a pasar los buenos y los malos momentos.

Todo era tan perfecto y maravilloso ?a ratos paradisíaco- que nadie en su sano juicio podía llegar a pensar que, en la mente de Truman, pululaban oscuros pensamientos de rebeldía y disidencia.

La causante de todo era Lauren, una compañera de instituto con la que Truman tuvo una intensa y corta experiencia, y cuyo recuerdo aún martilleaba en su mente.

Ella le había logrado contar algunas cosas, las cuales ponían en entredicho la perfecta y maravillosa vida que Truman creía vivir. Lo malo es que Lauren no tuvo tiempo de revelarle toda la verdad y aquello siempre había rondado la mente de Truman, aunque nunca lo hubiera afirmado.

Con el paso de los años, Lauren se había transformado en un montón de trozos de fotografías, los cuales formaban un collage con el aspecto de una cara femenina. Para Truman todos aquellos trozos, reunidos con el paso de los años, simbolizaban una de las grandes incógnitas de su vida. Una incógnita que nadie había ayudado a resolver y que empezaba a erosionar las mismas bases de su existencia.

Lo paradójico del caso es que no fue dicha erosión la que precipitó el final sino una serie de errores humanos, los cuales terminaron por revelar la auténtica verdad que se escondía detrás de la vida de Truman.

Al final, sólo quedaba la intermediación del Christof, el “genio” que se escondía detrás de todo aquello. La persona responsable de arrebatarle la vida a otra para enriquecerse y ganar notoriedad a su costa. Y así fue, justo cuando Truman encontró una puerta que le llevaría a una vida que le había estado vetada por “motivos empresariales”.

Christof trató de convencerle que lejos de allí no estaba la verdad que Truman buscaba. La única verdad que importaba era la misma existencia de Truman. Su “vida” prefabricada y todas sus experiencias eran reales. Truman las había disfrutado como cualquier persona, aunque su vida la pudieran ver en cualquier parte del globo.

¿Acaso importaba un detalle como ése? Su mujer, sus amigos, su trabajo, su casa y su jardín eran reales. Incluso Truman se había reencontrado con su padre después de varias décadas creyendo que éste había muerto.

Para Christof aquello era verdad y no acababa de entender las motivaciones de Truman para buscar una nueva vida, lejos del gigantesco “laboratorio social” en el que Truman nació, creció y del que ahora estaba a punto de escapar.

Además, Truman era la estrella, la inspiración para millones de personas. Truman era el ejemplo a seguir y gracias a él las personas no tenían que preocuparse por sus propios problemas.

Su ejemplo demostraba que sin cuestionarse demasiado las cosas, uno vivía mejor y más tranquilo. Lejos quedaban las consideraciones morales, religiosas e ideológicas. La realidad de Truman era, sin ninguna duda, la mejor cuantas se le podían ofrecer al ser humano medio. La constatación de que el paraíso era posible encontrarlo en nuestro planeta y beneficioso para el resto de los mortales.

En eso Christof sí que tenía razón: ¿para qué empeñarse en salir de un mundo donde, salvo las muertes que son inherentes a la propia raza humana, nada parecía estar fuera de su sitio? Habría que estar loco para abandonar un remanso de paz como ése. ¿Qué importa si todo es artificial y forzado si con ello se abandonaban los miedos que tan poco ayudan a la tranquila convivencia entre los hombres?

Christof lo sabía bien cuando decidió adoptar a Truman y convertirlo en el espejo donde millones de personas se vieran, a cualquier hora de día o de la noche. Christof lo sabía bien, al igual que el resto de personas que lo apoyaron.

Quién iba a pensar que Truman decidiera abandonar su maravilloso y perfecto paraíso para probar suerte en un mundo hostil, descarnado y carente de toda lógica. Una lógica que acabó de demoler los cimientos de una vida que nunca había sido suya. Una lógica que le hizo cuestionarse quién era, cuáles eran sus sueños y qué decisiones quería tomar como un ser libre-pensante.

La misma lógica que me coloca junto a los japonésidos y frontalmente enfrentado a todos aquellos que pretenden venderme medias verdades ?o mentiras sin más-. Una lógica que me hace tener nauseas ante el doble rasero de una clase político-empresarial y profesional que no duda en torcer la realidad a su antojo, con tal de salirse con la suya.

Y una lógica que me repite, día tras día, que hay cosas que tienen que cambiar, junto con las personas que las apadrinan, sin medir los resultados de sus actos.

Para esas personas -con nombres, apellidos y actos sobre sus espaldas- que han construido el perfecto Truman Show, tratar de abandonarlo no sólo no tiene ninguna lógica sino que casi roza lo delictivo.

No entienden que su actos están motivados por una lógica que los demás nunca entenderemos y de ahí que nos tachen de disidentes, criminales o cosas peores.

Ellos, que como Christof, nos han dado la mejor vida que uno puede desear, ajenos a cualquier realidad molesta, no entienden nuestros deseos de abandonar el “paraíso” terrenal del que tan orgullosos se sienten.

Sólo somos una pandilla de indeseables, ignorantes y desagradecidos que, como Truman, osan cuestionar las bases de la sociedad bien pensante, tiempo atrás establecida. Una sociedad donde, como Truman, cada cual debería aceptar su papel sin rechistar. Una sociedad donde ellos fueran quienes decidieran y los demás, tal y como hizo Truman, asintiéramos, dóciles, como animales bien domesticados.

A modo de planteamiento ideológico está bien, pero, la verdad, prefiero hacer lo mismo que hizo Truman -de hecho, también lo hice- dejar el lugar y desearle a los Christof que viven en nuestra sociedad Si no nos volvemos a ver, les deseo buenos días, buenas tardes y buenas noches?

Eduardo Serradilla Sanchis

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