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Qué huevo y de qué manera

José A. Alemán / José A. Alemán

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En el debate ninguno de los dos mostró esa mayor capacidad de liderazgo y puesto a optar entre lo peor y lo menos malo, recordaré que una de las razones que lastra la recuperación española, aparte de los errores zapateriles, es la burbuja inmobiliaria que propició la fuerte dependencia de la economía española de la especulación del suelo y el ladrillo; con sus efectos colaterales, pues, es fama, a quien no está imputado, lo están buscando con una grabadora.

En este punto, recordemos lo que supuso para la creación de esa burbuja la decisión de Aznar de considerar urbanizable todo el territorio español, lo que potenció las actividades especulativas que financian a ayuntamientos, a partidos políticos y a listillos entreverados. Algo de lo que, por supuesto, se olvida Rajoy cuando arremete contra Zapatero como origen de todos los males. No se trata de justificar a Zapatero en base al legado que recibió sino de exigirle a Rajoy que hable claro, que no silencie la política económica de Aznar, que haga su defensa como alternativa a la de Zapatero si cree en ella; que proporcione, en definitiva, referencias con que comparar.

Dice Rajoy que Zapatero nos lleva al desastre, pero no explica las razones de que su oferta, desconocida aunque la supongo emparentada con la aplicada por Aznar, sea la opción que lo evite. Es evidente que ninguno de los dos posee esa mayor capacidad de liderazgo, de credibilidad. Zapatero va en la línea de asegurar unos mínimos de supervivencia a los más débiles, de no aflojar en las ayudas sociales; en su contra, Rajoy insiste en el despilfarro, en la necesidad de contener el gasto sin aclarar dónde reside ese despilfarro ni qué gastos han de reducirse, por más que la trayectoria de su partido indique que está pensando en los sociales, que para la derecha son siempre los que están más mano, aunque no se atreva a decirlo abiertamente. Sabe que sus intenciones de política económica no son de recibo para quienes están soportando los mayores rigores de la crisis y no las aclara. Se las reserva para cuando llegue a La Moncloa y pueda largar “decretazos” al estilo Aznar. Si así no fuera, ya habría planteado sus alternativas que serían la piedra de toque para valorar la política de Zapatero.

De Zapatero sabemos lo que hay y ofrece medidas concretas; evaluables, discutibles, acertadas o desacertadas, suficientes o no, fruto de la improvisación o de acuerdo con las indicaciones de los organismos europeos, pero que ahí están; Rajoy está en contra de todas y exige un acto de fe en que ellos, el PP, lo harían mejor sin explicar cómo ni de qué. Tiene la fórmula mágica, como si no supiéramos que en estos asuntos no hay abracadabra que valga. Piñita asada, piñita mamada. Nos coloca en la tesitura de decidir entre lo malo conocido y lo bueno por conocer.

La oposición cerrada de Rajoy a la subida de impuestos, sean los que sean es significativa. No entro en si lo que pretende Zapatero es bueno, malo, regular o medio pensionista; incluso cabe, dentro del debate político, que se le acuse de atentar contra las familias medias, de detraerles recursos y otras calamidades. Sin embargo, quien aspira a presidir el Gobierno no puede cerrarse en banda de esa manera en uno de los países europeos con menos presión fiscal, particularmente sobre las rentas más altas. Nunca digas de este agua no beberé ni este cura no es mi padre. Llama la atención la algarabía pepera y su silencio cuando Zapatero pegó a soltar miles de millones para salvar de la quema a los bancos, que no por eso han dejado a apretar y machacar al ciudadanaje. En los ámbitos financieros y bancarios se generó la crisis y a sacarlos de ella acudió el Estado sin que se les haya visto la menor intención de echar una mano y sí el codicioso designio de aprovechar la coyuntura para mejorar resultados. Zapatero lo ha tolerado y a Rajoy, por lo que se ve, le ha parecido muy bien, así que, al final, uno no sabe con qué huevo de la echadura quedarse.

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