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¿Hasta cuándo el pensamiento único y débil?

Antonio González Viéitez / Antonio González Vieitez

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La quintaesencia de ese tipo de pensamiento se puede encontrar en el fundamentalismo.

Y esto viene a cuento porque, en la terrible coyuntura que nos toca vivir estamos enchumbados de ese pensamiento único y débil.

“Hay que hacer lo que estamos haciendo y por eso lo hacemos” “O sí, o sí”. Hasta hoy, todos los Gobiernos de la Unión Europea (UE), a diferencia por ejemplo de lo que vienen haciendo los Estados Unidos y los países emergentes, vienen obsesionados en que solo hay un camino para poder salir de la crisis y crear empleo. Y ese camino, lo sabemos de sobra porque nos lo repiten “ad nauseam”, no es otro que eliminar el déficit presupuestario y acabar con el endeudamiento.

Hoy y aquí, no se va a entrar en todo lo ocurrido en esta crisis los últimos años, solo se va a constatar que, debido a la práctica a ultranza de esas políticas económicas, nada menos que 12 de los 27 países de la UE (incluyendo al Reino Unido, a Holanda y a Bélgica) están en recesión, y otros 5 (entre ellos Austria, Suecia y la propia Alemania) ya están apunto de entrar porque su “crecimiento” económico ha sido negativo en el último trimestre (primero de 2012).

Y es que, como se viene manteniendo, cada vez más, por amplios sectores de la Economía Alternativa, las políticas de recortes y tijeretazos, aplicadas en etapas de graves dificultades económicas, lo único que consiguen es empeorar y envenenar la situación. Frenar cuando estás parado, aún peor si ya estás reculando, nunca te va a ayudar a caminar hacia delante, ni a crecer, ni a crear empleo. Por lo tanto, se trata de una estrategia de autodestrucción, como se viene insistiendo por un montón de portavoces, ya ni siquiera progresistas, sino simplemente informados y con criterio.

Es verdad que, en las últimas semanas, comienzan a aparecer importantes fisuras en las valoraciones que vienen haciendo los propios defensores de la Economía Convencional. Sobre todo perceptibles desde la victoria de François Hollande en la primera vuelta de las presidenciales francesas, y de las buenas perspectivas que tiene para llegar a El Elíseo en la segunda vuelta. Aunque esas dudas que expresan los portavoces del pensamiento único (incluido el Fondo Monetario Internacional, FMI), tienen todas las características del comportamiento oportunista, aparentando que quieren adaptarse al cambio de los vientos sociales que comienzan a arreciar. Lampedusa.

Ante todo esto, ante por ejemplo la imperturbable actitud del Ministro de Hacienda español “La única política es acabar con el déficit y eliminar la deuda. No se puede ni imaginar otra vía de solución”, uno cualquiera se queda perplejo. Porque esto se viene repitiendo en medio de la intolerable tragedia de más de 25 millones de personas paradas en la UE. Y ni se les pasa por la cabeza introducir el derecho al trabajo decente como obligación constitucional. Lo que sí han acordado es obligar a todos los Gobiernos a introducir ¡en la mismísima Constitución! el compromiso de acabar con el déficit y que las deudas financieras tengan prioridad por encima de cualquiera otra a la hora de preferencia en el cobro. Si se mantiene esta durísima posición contra viento y marea, algo más debe haber.

¡Y claro que lo hay! En mi opinión, el prejuicio (torpe y falso) que está detrás de toda esta barbarie no es otro que el intento de aprovechar la grave coyuntura de la crisis, para eliminar hasta el máximo que se pueda el ámbito de lo público que, sobre todo en el continente europeo, ha construido lo que, para entendernos, llamamos el Estado del Bienestar. Es precisamente a eso a lo que me refiero cuando hablo del pensamiento único y débil. Y, en ese sentido, la ideología sustituye a la reflexión y al conocimiento. Porque se parte del principio doctrinal de la fe y de la infalibilidad de quienes la profesan.

En esa forma de concebir el mundo (tal vez Margaret Thatcher fuera quien lo describiera de la forma más descarnada “La sociedad no existe, solo los individuos”), está claro que lo que hay que hacer es, primero, privatizar todo lo que todavía se pueda (ya lo hicieron con la banca, las telecomunicaciones, la energía, los transportes?), empezando por Aena, la lotería nacional y avanzar traspasando líneas coloradas que definen el actual modelo de sociedad (sanidad, educación, dependencia, amnistía fiscal?). Segundo, esta estrategia cavernaria trata de hacer cada vez menos significativas e importantes a todas las Administraciones Públicas (recordemos que, ya en su día, mantuvieron que las Autonomías fueron un grave error y votaron en contra. Incluso hoy mismo, en Canarias y con una incontinencia de pensamiento digna de mejor causa, arremeten contra los Cabildos en ese afán de acabar con todo lo público).

Pero se debe añadir algo más, esa obsesión por hacer desaparecer todo lo público (por ineficiente, burocrático, despilfarrador y corrupto), encierra una “ideología ultraliberal” que, sociológica y políticamente, es capaz de enganchar a amplias capas sociales desinquietas e irritadas por una situación sin aparente salida, para intentar encadenarlas a la defensa de los intereses específicos de la dirigencia económica y social. La misma que se beneficia de esa expoliación de lo público y que está consiguiendo enormes incrementos de riqueza, al tiempo que van dinamitando las bases de la insuficiente cohesión social hasta ahora conseguida. Recordemos que, por ejemplo en Canarias y en el trienio 2008-10, los incrementos de productividad se movieron 13 veces más a favor de los empresarios que a favor de los salarios de los trabajadores.

Por eso es intolerable que se quiera hacer entender que “si los mercados no dan margen (a la salida de la crisis), hay que acudir a la imaginación” (¡Y menos mal que no se dice que acudamos a la casposa milagrería!). Porque aquí no hay imaginación que valga. Y la salida viene exclusivamente por la capacidad de generar pensamiento social complejo y contrastable. Y para eso el género humano ha inventado la política y no la astrología ni la hagiografía.

Y política, por ejemplo, es levantar la prohibición que tiene el Banco Central Europeo (BCE) de prestar directamente dinero a los Gobiernos, porque está obligado a prestarlo directamente a la banca privada. De esta suerte, en el último semestre, los bancos privados europeos recibieron 1 billón de euros, al 1% de interés y, de inmediato, se lo prestaron a los Gobiernos europeos (por ejemplo al 6% al Tesoro español). Es por esta razón que en los Presupuestos Generales del Estado español, se tuvo que asignar una cantidad de 29.000 millones de euros (casi el 11% del total y equivalente al 2,7% del PIB español) para pagar intereses de la deuda. Y eso obligó, por ejemplo, al último tijeretazo de 10.000 millones a la Sanidad y a la Enseñanza Públicas, lo que supone un gravísimo deterioro de esos servicios esenciales en una coyuntura tan ominosa.

Y hacer POLÍTICA justa e inteligente es, por ejemplo, impedir este expolio intolerable. De forma que sea el propio Gobierno de España el que reciba directamente esos dineros del BCE, al 1% (aunque para ello, los todopoderosos dirigentes de la banca privada tengan que hincar el pico). Y esto no es nada extraño en el mundo capitalista, la misma Reserva Federal presta directamente dinero al Gobierno de los Estados Unidos.

Por supuesto que hay otra importante serie de medidas políticas a poner en práctica con el objetivo de mejorar las condiciones sociales de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Pero, como es lógico, todas ellas suponen fortalecer los ámbitos de la solidaridad y la fraternidad. Y, por tanto e inexorablemente, fortalecer la dimensión pública en nuestra estructura social.

Apuntar una última idea. Porque también sabemos de sobra que lo público, “per se”, ni es beatífico, ni carece de problemas. Por eso, una propuesta que se está convirtiendo en una exigencia cada vez más clara, es que las cuentas de todas las Administraciones Públicas (Ayuntamientos, Cabildos, Gobiernos), sin excepción, no solo sean transparentes sino que estén colgadas en la red. Haciendo cada vez más difícil el clientelismo y la corrupción. Al tiempo que más alcanzable la cohesión social.

Y todo esto, tan simple como sencillo, también es pensamiento vigoroso y complejo.

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