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¿Estamos a tiempo de evitar el ecocidio de nuestro planeta?

Teo Mesa

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Como hace 25 años (1992), de nuevo, 15.000 científicos, han advertido a toda la humanidad, que los problemas medioambientales y climáticos son más graves que en la primera información por ellos dada en seria advertencia. Estos científicos, representantes de 184 países, han dado un serio aviso de alerta máxima por los daños (irreparables algunos), que le hacemos a la naturaleza y al medio ambiente. Lo han hecho usando los términos: “sustanciales” e “irreversibles” al planeta. Sin embargo, se felicitan porque el agujero de la capa de ozono ha sido estabilizado. Precisamente, por las medidas tomadas por el hombre, prohibiendo los gases CFC, usados en la industria y en los hogares, que dañaban el ozono de la estratosfera.

No pretenden los sabios de las ciencias ser alarmistas, sino realistas. Lo hacen ante el peyorativo deterioro con el cambio climático que ha aumentado el CO2 el pasado año, a pesar de las advertencias y de los acuerdos en los congresos celebrados, como en París. Contribuye también la alocada deforestación de los bosques mundiales por causas económicas; las sequías, cada vez más prolongadas, sobre todo en el Sahel de África; las catástrofes naturales con devastadoras lluvias torrenciales, cada vez más continuadas; huracanes, etc. La extinción de las especies animales de forma creciente e irreparable; y el desmesurado descontrol en los incrementos de poblaciones humanas en el mundo. “Los científicos saben interpretar datos y mirar a las consecuencias a largo plazo”.

El planeta y su naturaleza viva no es propiedad de la raza humana, no nos pertenece en absoluto. Es pertenencia a todos los seres vivos; de toda la biodiversidad que ocupamos –temporalmente– el suelo del ecosistema que nos protege y en el cual desarrollamos nuestras efímeras vidas. Es, por ello, que en nuestra privilegiada condición de homo sapiens (¿…?) debemos respetarlo, protegerlo y conservarlo. Paradójicamente, todas las especies vivas restantes que carecen de intelecto evolutivo, que también ocupan este solar de forma precaria, lo respetan, lo miman y lo conservan, a sabiendas de que es su lugar de vida y el de su especie.

El ser humano carece aún de una conciencia ecológica apropiada, o no quiere ejercer su responsabilidad para con la naturaleza, para con las especies vivas y el medio ambiente, donde desarrolla su hábitat, y de todo el planeta. Ni las eventuales autoridades políticas, en su responsabilidad mandataria y de servicio a todos, dan los conocimientos precisos para proteger la naturaleza como un deber insoslayable. Solo actúan bajo el dictado de la perversa orden del grotesco gran capital y de las multinacionales de la economía de consumo.

A ese extremo hemos llegado con el ignorante y brutal desprecio hacia el medio ambiente y la propia naturaleza. Que son los elementos imprescindibles para nuestras vidas y la de toda la biodiversidad que nos acompaña en el devenir por nuestro planeta azul. Solo pensamos en nuestro inmediato confort y en solventar las necesidades primarias de subsistencia (con actitudes de mentes primitivistas). El macroconsumo innecesario y despiadado contra el medio ambiente es el adalid de las sociedades capitalizadas del mundo. Ese consumo innecesario conlleva la quema de energías fósiles para la industrialización de esos productos. Y no quieren, o se niegan, por intereses espurios conocidos y a favor de las eléctricas, a usar las energías limpias y renovables.

Conservar la vida, la naturaleza y nuestro medio ambiente es lo más importante. Todo lo demás son abstracciones sociales. Son ganas de perderse en majaderías anodinas para la subsistencia y el encuentro con el bienestar. El ser humano cuando tiene el estómago repleto, solo piensa en frivolidades, se complica la vida en idioteces y en egocentrismos.

Las consecuencias del deterioro generado por las actividades humanas, a partir del citado periodo industrial, tomarán su pulso degradativo a mitad de la centuria pasada, en la que el hombre transforma la salud atmosférica, el medio ambiente y el calentamiento global. Este periodo o nueva era, es llamado por la ciencia Antropoceno, que se caracteriza por la influencia del ser humano en los maltratos a la naturaleza y su medio ambiente, con la alteración de los equilibrios en la biosfera. El deterioro dejado por el rastro humano en el planeta es ya tan amplio como incontable.

Para mayor escarnio, no paramos de aumentar los desastres medioambientales: aumento de las temperaturas climáticas, drástica descongelación de los glaciares milenarios del Ártico y el Antártico; las continuadas tormentas y ciclones, con gran fuerza y frecuencias en el tiempo; los grandes incendios en todo el planeta propiciados por el excesivo calor y sequías (en España y Portugal, recientemente); la desaparición y contaminación de mares y lagos con el desmesurado uso de plásticos y males químicos; etc.

Sin duda, nos encontramos ante una amenaza latente con el cambio climático; a lo que se suma, la cantidad de armas nucleares y de centrales nucleares para la producción de electricidad. Un trágico ejemplo se ha padecido con Chernóbil y Fukushima. Esta es una espada de Damocles, que pende sobre las vidas y la naturaleza en todo el globo, de los cuales el hombre pierde la razón sobre los peligros amenazantes.

El ser humano con su industria y su egoísta torpeza, han dejado en los dos últimos siglos y medio un quebranto irreversible, en muchos casos, en la naturaleza. Al margen de las catástrofes naturales, de las que ser humano es ajeno, ha sido el propio ser, quien desde la revolución industrial en el siglo XVIII hasta la actualidad, ha manejado a su antojo, cualquier clase de combustibles fósiles, gases, alteración de la naturaleza en sus ecosistemas y equilibrios. No ha tenido reparo alguno ni respeto a las consecuencias medioambientales. Se ha servido en un privativo materialismo a sus antojos.

Junto al periodo interglacial que ha generado la propia naturaleza, que la estamos atravesamos en la actualidad, con la consecuente subida de temperaturas. A ello se une la industria, en el descontrolado ¿progreso? del ser humano, que ha emitido a la atmósfera una incalculable e imparable cantidad de gases de efectos invernaderos. Estos gases de CO2 por la quema de energías fósiles, han causado un sobrecalentamiento rápido y alterado los ciclos normales de temperaturas en cada periodo estacional. En los últimos años se han batido records de altas temperaturas y dilatadas estaciones; así como tormentas ilógicas para el tiempo estacional.

Después de las hipotéticas –o demostradas tesis según datos de investigaciones de variados y múltiples científicos–, de la existencia de cuatro civilizaciones que precedieron a la nuestra en miles de años anteriores, nos encontramos en una fase cuasi terminal de la presente. Aseguran los científicos citados, que nos encontramos en una de las situaciones de mayor riego para la vida en el planeta. Después de la hecatombe llegará de nuevo la noche de los tiempos. Esperemos que los científicos y la realidad presente y futura se equivoquen. Para este propósito debemos tomar conciencia de inmediato y poner coto a nuestros desmanes. Y apartar a todos aquellos loquinarios de los gobernantes que no cumplan con su deber como representantes de la humanidad en sus cargos políticos; y de todo el gran capital que tienen el corazón petrificado y las cuentas bancarias cargadas de miserias.

En la galaxia y en nuestro planeta nada representamos, somos unos imperceptibles seres vivos que cumplen solo la función de haber tenido vida, junto a toda la diversidad existente. No podemos destruir en nuestra menguada conciencia y carencia de ética, una tierra que también pertenece a las futuras generaciones, a las cuales debemos entregarles una naturaleza saludable y para vivirla. Estamos a tiempo porque podemos parar el cambio climático, la salud de la atmósfera que respiramos, salvaguardar nuestros mares, lagos y ríos, nuestros bosques Y evitar llegar a lo peor: la hecatombe medioambiental.

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