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Las vidas negras de la frontera sur

Llegada al puerto de Gran Tarajal de las personas rescatadas por Salvamento. (EFE/Carlos de Saá).

Natalia G. Vargas

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Con la mirada puesta en Minneapolis, el planeta entero grita contra el racismo. Que “las vidas negras importan” debería sonar a pleonasmo, pero las tres últimas palabras que pronunció George Floyd antes de ser asesinado en una detención policial asfixian, golpean y revuelven la conciencia de continentes dormidos sobre una estructura que discrimina y que ha pintado el mapa de un solo color. “No puedo respirar”. En otros lugares, esta llamada de auxilio suena lejana y distante. Desaparece y se vuelve muda en medio de un discurso apoyado en una historia de cadenas, esclavitud, expolio y colonización. Tampoco en este lugar de odio se escuchan las miles de almas negras ahogadas en el Mediterráneo y en el Atlántico, ni las 15 muertes impunes de la tragedia del Tarajal. 

Dentro de cuatro días se cumple un año desde que Séphora recibió un entierro digno. La bebé de 13 meses viajó en patera y cayó al mar en la playa de Tauro, Gran Canaria, cuando la fuerza del agua desató el pañuelo con el que su madre la sujetaba. Era de Costa de Marfil, igual que Justine, una mujer que perdió la vida al lanzarse al océano buscando a su hija de ocho años. Ambas huyeron a Canarias escapando de la violencia machista que sufrían en su hogar. Creía que no había tocado tierra, pero la niña ya estaba en la playa. Shalif, de Malí, murió de hambre y sed en una embarcación al sur de Gran Canaria. Samba Martine falleció en el Centro de Internamiento de Extranjeros de Aluche, Madrid, portadora del VIH sin haber recibido la asistencia sanitaria requerida.

A estos nombres se suman cientos de muertes transformadas en cifras, números y estadísticas incompletas. Víctimas sin identificar, cuerpos sin recuperar y familias sin luto. Vidas y muertes condenadas a la indignidad. Vidas y muertes condicionadas por leyes de extranjería disfrazadas de derechos y oportunidades, por visados inaccesibles y por un sueño europeo que maquilla al continente y lo asocia a los derechos humanos. 

En otros casos, la vida se conserva, pero no la libertad y la dignidad. Mujeres nigerianas, engañadas, amenazadas y abusadas sexualmente por redes de trata internacionales. El machismo, el racismo y el clasismo que unidos deshumanizan y convierten a la mujer africana en “el nuevo recurso natural para la exportación”, según la socióloga Patience Elabor-Idemudia. Solicitantes de protección internacional, devueltos a un país que no es el suyo en vuelos de deportación sin zapatos, ni intérpretes. Solo un aviso que te dice pocas horas antes que vas a coger un avión hacia un lugar desconocido. Después, el regreso a un país en guerra. 

Juristas, docentes, potenciales deportistas y profesionales de la Biología dedicados a la venta ambulante en la economía sumergida por 50 euros a la semana como consecuencia de los obstáculos para la regularización. Un concepto construido por Europa, al igual que las vías “irregulares”. Palabros diseñados para dividir, bloquear y desnaturalizar las migraciones. 

En la Casa de los Esclavos, en la Isla de Goreé (Senegal), una pequeña puerta minúscula da al mar. Por ese diminuto espacio, esclavizadores del resto de continentes tiraban a los africanos considerados “no aptos para ser esclavos”. El bochorno invade a cualquier heredero de la vergüenza europea que visite el lugar intentando combatir a la desmemoria y que se enfrenta a vitrinas y estanterías repletas de esposas y látigos, que en algún momento de nuestro pasado reciente sometieron a millones de personas por el color de su piel. Pocos metros a la izquierda, una pequeña plaza bautizada como Place de l'Europe convierte a Goreé en una metáfora del planeta que, ni de lejos, ha quedado atrás.

George, Séphora, Justine, Shalif y Samba no merecen la desmemoria. Tampoco las personas sin nombre ahogadas a las orillas de nuestros límites y a veces también dentro de ellos. No merecen el olvido las personas hacinadas en los CIE, en los CETI, o en pabellones, ni quienes han dormido en la calle por descoordinación institucional. Las vidas negras claro que importan, también en nuestras fronteras. 

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