Ya está aquí el año que nos pronostican durísimo pero último de la peor fase de la crisis. El año en que los españoles vamos a descubrir hasta dónde llegaba el programa oculto del PP, el partido que por decisión de una buena parte de los españoles se ha hecho cargo del poder casi absoluto en todo el Estado español. La constatación de que Mariano Rajoy y los suyos mintieron u ocultaron sus intenciones en la campaña electoral será sin duda uno de los principales lastres con los que va a cargar este recién estrenado Gobierno, incapaz por lo demás de adoptar medidas por las que realmente paguen los que más tienen y no la clase media trabajadora, la que en masa le ha apoyado creyéndose la misma milonga de siempre. Lejos de dar la cara, como hizo Zapatero al inmolarse un 10 de mayo de 2010 en el Congreso de los Diputados, Mariano Rajoy ha optado por parapetarse tras su vicepresidenta y tres de sus ministros, que el pasado viernes pasaron el mal trago de explicar como pudieron el tamaño de sus contradicciones y el efecto boomerang de las duras acusaciones lanzadas por varios de ellos contra el PSOE cuando era el que gobernaba. Las redes sociales se han ensañado especialmente con ese abrupto cambio de criterio y no parece que haya colado la sorpresa del incremento de dos puntos en el déficit público porque ya se especulaba con ese límite desde octubre y porque, en el mejor de los casos, el incremento proviene de las comunidades autónomas y ayuntamientos, muchos de ellos gobernados por el PP hace la friolera de veinte años.