Cumplió con su compromiso el ex presidente norteamericano Bill Clinton y se dejó caer por Tenerife como cierre de su gira mundial cercana. Y lo hizo sin defraudar al respetable, incluidos los que creían que iba a haber almuerzo con el dignatario, cosa que finalmente no hubo. O por lo menos no hubo ni pagando grandes sumas, una práctica a la que no estamos acostumbrados pero que es muy común en Estados Unidos. Además de llevarse un timple y aceptarlo con agrado (lo colocará entre las colecciones de su fundación), Clinton demostró su alta capacidad de hechizo, su don natural para comunicar incluso estando callado. Pronunció una conferencia básica, casi diríamos que a nivel de cuarto de la ESO, quizá porque su mensaje debe haber calado poco entre los políticos y considera que los asuntos africanos y del tercer mundo hay que explicarlos como las cuatro reglas.