Brufau, al que seguramente la madre naturaleza no mostró jamás el camino de la sutileza en el negociar y en el exponer sus intenciones, llega a lanzar al periodista una de esas envenenadas preguntas retóricas con retroceso en la culata: “¿Por qué en Canarias se va a hacer mal lo que se hace bien en todo el mundo?” Perdón, ¿nos lo puede repetir? ¿Que por qué en Canarias se va a hacer mal lo que se hace bien en todo el mundo? Vamos a ver si nos dejamos de boberías. Seguramente será porque a Canarias algunos rostros pálidos, ejecutivos de multinacionales alentados por políticos traidores a su tierra, pero muy transparentes, la consideran territorio de ultramar, vulgo colonias. O porque esta tierra se ha abonado a una suerte de maldición bíblica según la cual determinados negocios se hacen del modo más cochino posible, es decir, sin los menores escrúpulos, de lo que su dilecto ministro puede darle conocidas referencias. O será porque, como muy bien relata el presidente de Repsol en esta entrevista, cientos de plataformas pueden no tener problemas hasta que una lo tiene y destroza todo a su alrededor. Pero hasta para ese insignificante detalle, ese número perdido en las estadísticas, ese percance remoto, Antonio Brufau tiene una salida airosa: en caso de accidente, no hay que preocuparse “porque las corrientes no van para Canarias”. ¡Hombre, qué consuelo! Gracias, don Antonio. Váyase usted a pulpiar, pero a sotavento.