Los problemas empezaron cuando el cocinero no tenía manera de enterarse de las cuentas ni de otros aspectos básicos del negocio, mayormente porque su socio y administrador único, Javier Artiles, se hacía el sueco. Hasta que la solicitud se hizo como mandan los cánones y el letrado contestó con un frío escrito en el que no sólo se optaba por el silencio ante las cuestiones solicitadas, sino que, además, aprovechaba el folio, en plan campaña contra la deforestación, para comunicar a Rojano que ya no trabajaba en ninguno de los dos fogones. Resulta ahora que el cocinero mantiene la propiedad de la mitad de ambos negocios pero no puede defenderlos como mejor sabe, es decir, con la sartén en la mano. De natural inquieto y laborioso, no tardaremos en encontrarle en algún otro restaurante. Seguro.