Pero, aún en el caso de que la decisión del comité evaluador de la capitalidad tuviera relación directa con el proceso de fin de la violencia en Euskadi, ¿dónde estaría el problema? La propia candidatura donostiarra lo decía clarito en su documento: “Necesitamos aprovechar esta oportunidad para impulsar nuestra propia reconstrucción moral y cultural, y para poder presentarnos ante Europa como una ciudadanía y un país alejados de los estereotipos sobe acciones terroristas proyectados por los medios de comunicación. Donosti-San Sebastián, por encima de todo, ha defendido siempre la cultura de la paz y los derechos humanos, apostando por la cultura educadora como instrumento necesario para la convivencia”. Y más adelante se puede leer: “Debemos subsanar esa idea que identifica a nuestra ciudad casi de manera permanente con la imagen del terrorismo”, para rematar de manera clara: “La cultura es vida, y queremos poner nuestro patrimonio cultural a su disposición”. Es una apuesta tan respetable como la que, por ejemplo, presentó Las Palmas de Gran Canaria, que centró su candidatura en su estratégica posición y en su indiscutible capacidad para enlazar continentes, Europa, África, América... Pero el comité evaluador consideró más atractiva la idea donostiarra y ante eso podemos ponernos todo lo perretosos que queramos, pero reducirlo todo a una mera lectura de devaluación política de la decisión parece bastante pobretón para una tierra que presume de ser culta, y por lo tanto, respetuosa.