Milagros de la banca, tan dada por esos mundos de Dios a torcerlo todo, inflarlo todo, desinflarlo todo, enriquecerlo todo, arruinarlo todo... en nombre de la especulación o de cómo pueda reaccionar un martes de marzo el índice de confianza manufacturera de Filadelfia. Traslademos esos inescudriñables mecanismos a la banca más cercana, a una caja de ahorros canaria, por ejemplo, y añadamos al engendro la participación de un político imprescindible para transformarlo todo en mierda. El lunes por la tarde, un consejero de la Caja Insular de Ahorros de Canarias, José Francisco Henríquez, anunciaba verbalmente al consejo de administración de la entidad su intención de dimitir. Dijo ante los demás vocales, ante el presidente y ante el director general que optaba por su condición de cliente para que los conflictos políticos generados por su presencia allí se despejaran en favor de la imagen de la entidad y de sus legítimos intereses particulares, dañados por el ataque del político que todo lo empocilga. Y, de repente, todo cambió.