En el municipio tinerfeño de Buenavista del Norte hay una desalinizadora de agua de mar que construyó el Cabildo de la isla con el muy noble objetivo de dar brillo y esplendor al green de un campo de golf, un campo de dieciocho hoyos, diseñado por Severiano Ballesteros, con par 72 y una longitud de 6.019 metros. Uno de las múltiples actividades generadas por la primera Corporación de la que sus dirigentes presumen por considerar que gracias a esas incursiones la isla tiene empleados a unos cuantas personas más que en Gran Canaria, cuyo Cabildo optó por otras cosas (que no es el caso abordar en este momento procesal). Pero la noticia no está en el golf, sino en la desalinizadora, que trabaja al 40% de su capacidad, lo que constituye todo un desperdicio en los tiempos que corren. Si produjera todo el caudal del que es capaz podría abastecer a buena parte de la Isla Baja a un precio razonable y con una calidad indiscutible, infinitamente mejor que la que ahora se suministra. El mismo Cabildo de la misma isla, el de Tenerife, para entendernos, acaba de autorizar al Ayuntamiento de La Laguna, a través del Consejo Insular de Aguas, el proyecto de construcción de una desalinizadora de agua de galerías en unos términos muy restrictivos, a saber: no se le permite a Teidagua, la compañía mixta que explota el agua en La Laguna y municipios colindantes, comercializar el agua que produzca, es decir, limita la producción de la desalinizadora al ámbito de la explotación de la compañía. Y segunda condición restrictiva: si alguna vez el Cabildo decide construir una desalinizadora en la boca de la misma galería, la de Vergara, caducaría la licencia de La Laguna, que se va a construir en la Montaña del Aire, en La Esperanza. Buenavista y La Laguna, dos buenos ejemplos para evidenciar el poder que aún siguen teniendo los aguatenientes.