Un día, siendo alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, José Manuel Soria llamó a su jefe de prensa a su despacho para decirle que quería hacer unas jugosas declaraciones a la agencia EFE para contestar las críticas que había recibido de un socialista. Pese al sabio consejo de su asesor, Jorge Batista, que trató de persuadirle de la inoportunidad del comunicado, Soria se puso al teléfono y dictó aquello del aceite que a su juicio perdía Jerónimo Saavedra. Doce años después, este viernes, esta vez desde su despacho de vicepresidente del Gobierno, ordenó a su fiel Héctor Pérez Quevedo que le grabara unas declaraciones públicas con las que responder a Juan Fernando López Aguilar, que se ha atrevido a hablarle de varios regueros de pufos, de casos de corrupción de libro, de la mala baba que destila, en definitiva. Y no se le ocurrió a esta fiera herida y acorralada cosa más decisiva para el futuro de Canarias que meterse con la perrita que dice que tiene el líder de los socialistas canarios.