Rivero estaba encantado de conocerse este viernes. La multitud de periodistas que llenaban la sala de prensa de la Delegación del Gobierno le recordó sus tiempos de presidente de la Comisión del 11-M, cuando se movía en la alta política española ajeno navajazos, deslealtades y una inmisericorde oposición que lo tiene frito. Antes de abrir el turno de intervenciones, el presidente canario pidió la venia a su homónimo estatal y lanzó un discurso bipolar: mientras sus palabras eran de contenido entusiasmo no alejado de cierto desdén (“esto es un punto y seguido”, “un instrumento importante”...) su rostro le traicionaba al reflejar el sentimiento de éxito por el chollo que le ha caído en las manos para tratar de gestionar de ahora hasta el año 2011. Su indisimulable satisfacción era tal, que hasta asintió con la cabeza cuando Zapatero habló de los catastróficos últimos cuatro años en Canarias, con la caída espectacular de indicadores tan graves como los que reflejan la educación y el desempleo, dos áreas en manos de Coalición Canaria. Mitad para él y la otra mitad para su antecesor, Adán Martín.