Se acabaron los paños calientes, adiós a las contemplaciones. El que fuera consejero de Interior de Esperanza Aguirre y artífice político principal de las escuchas ilegales a miembros de su partido, el PP, y vaya usted a saber a quién más, no ha podido morderse la lengua y disimular un poquito sus correajes. El tal Granados ha amenazado a los indignados, que reduce a la exigua cifra de 300, con oponerles los 90.000 militantes que el PP tiene en Madrid, al tiempo que ha exigido a la delegada del Gobierno que acabe con todos esos descamisados piojosos. Así, que acabe con ellos, aunque sea identificándolos, sancionándolos y deteniéndolos si fuera menester. Primero, no parece que sean 300, más que nada porque para ese viaje no harían falta tantas lecheras policiales. Segundo, se nos antoja bastante poco recomendable más represión policial, sobre todo recordando que la indignación que produce cargar contra los indignados genera más indignación, se ponga como se ponga el Papa de Roma, que viene siendo en realidad quien moviliza las conciencias y las ganas de repartir mamporros que tiene la derecha española, o al menos la madrileña. Tercero, ¿qué cosa es esa de 90.000 disciplinados militantes contra 300 anarco-indignados? Cuidado que estos con los que amenaza Granados no aplauden agitando las manos abiertas: las cierran y pegan unas cachetadas en el tronco del oído que te quedas tres días escuchando marcianitos. ¿Que no? Pregunten a Bono.