Cualquier euro de inversión siempre ha tenido su importancia. Y cualquier euro de inversión en esta crisis tan profunda que sufrimos tiene doble importancia. De eso no puede haber duda. Por eso es decisivo el debate suscitado en torno a la inclusión de infraestructuras portuarias y aeroportuarias canarias en la Red Transeuropea de Transportes, un reconocimiento que tiene su valor precisamente por lo que puede suponer de prioridad inversora desde la Unión Europea. Pero, desgraciadamente, con la cortedad de miras que caracteriza a muchos de los que dirigen la sociedad canaria, el asunto se ha desenfocado por completo, y en lugar de producirse avances en la línea de presentar a Canarias como una plataforma conjunta, como un gran puerto, como un gran aeropuerto tan estratégicamente situado, lo que ofrecemos al mundo es una pelea de gallinero donde el olor a caca de gallina mezclado con el de plumas recién arrancadas por la trifulca, lo confunde todo. La primera calificación, absolutamente objetiva, no parece tener lugar a dudas: si hay que elegir un puerto para incorporar a esa red, ése debe ser el de La Luz y Las Palmas, y no porque la linda cara de nadie, sino por cifras de tráfico y cualquier parámetro que se elija. El de Santa Cruz de Tenerife optó hace tiempo por ceñirse a su papel de cabotaje y de cruceros por propia elección de sus mandamases, y con esa decisión habrán de cargar para las verdes y para las maduras, eso sí, con un puerto de Granadilla en ciernes que seguramente fracasará estrepitosamente por razones ya suficientemente explicadas por los expertos que hay en la materia.