Cualquiera que haya seguido con cierto interés la crisis agosteña con Marruecos ya sabrá a estas alturas que lo de los incidentes fronterizos de Melilla es una broma, que no está el reino vecino para andar precisamente exigiendo respeto a los derechos humanos, ni en esa frontera ni en ninguna otra. En el fondo subyace un conflicto enquistado que tiene mucho que ver con los poderosos servicios secretos marroquíes, hasta las narices de las interferencias de sus colegas españoles del CNI, que se lo deben estar montando de descaro total. Cosas de los ramalazos peperos que sobreviven en la Casa. Un helicóptero militar hispano que perturbó las vacaciones de Mohamed VI en junio pasado en las cercanías del peñón de Alhucemas tiene gran parte de culpa de lo que ahora ocurre, y no por el ruido siempre molesto de las turbinas, sino por las fundadas sospechas marroquíes de que alguien desde el aparato fotografío a su majestad en algo menos que en paños menores sobre la cubierta de un lujoso yate por allí fondeado.