Les suponemos conocedores de la noticia. El rapero catalán Pablo Hasél ha sido detenido por la Policía como presunto autor de un delito de enaltecimiento del terrorismo al incluir en una de sus canciones unas copillas dedicadas a un preso de los Grapo. Es lo que tiene la fama y Catalunya, apostillamos nosotros sin ningún tipo de maldad territorial. Y es la suerte que tiene don Pepito de vivir en la ultraperificidad, esa condición de la que tanto se lamenta en sus editoriales hasta el punto de culpar de todos los males archipielágicos a Paulino Rivero y sus huestes, para los que empieza a insinuar ya algún que otro movimiento a base de escupitajos y muestras físicas nada pacíficas. Él sabrá lo que dice y lo que hace. Sus últimas soflamas alcanzan ya temperaturas magmáticas, de ésas que tanto conocen en su equipo médico habitual, y algún que otro fiscal inquieto empieza a hacer acopio por si en una de estas, unida entre sí la amplia secuencia de sismicidad publicada en los últimos años, la cosa revienta y se monta la de Dios es Cristo. A su apoteósico cabreo por no haber pillado cacho en el concurso de frecuencias de radio se une ahora la espectacular caída en la facturación publicitaria, mayormente provocada por la drástica desaparición de publicidad institucional y de algunas grandes empresas cuya desinversión atribuye el insigne editorialista a indicaciones del malvado presidente de la nacionalidad ultraperifética esta. En el cuartel general de Buenos Aires se han encendido ya todas las alarmas, y a excepción de sus dos amanuenses de cabecera, que babean de tanto hacer el gaitas, el resto de la dirección se encomienda a san Cucufato Pi con la fórmula tradicional: “San Cucufato, por los clorocos te ato; y si mis deseos no me concedes, no te los desato”. Pues eso.