Nadie pudo imaginar nunca que un viaje a la pesca del salmón pudiera dar lugar a tantos ríos de tinta, a tantas sospechas colaterales, a nuevas denuncias en la Fiscalía Anticorrupción y a la vuelta a la actualidad de las vejaciones sufridas por la moratoria turística. Con un poco de suerte hasta es posible que de aquella autorización en el Cabildo se pase a analizar lo ocurrido en el Gobierno canario y se termine con aquellas patéticas sesiones parlamentarias del final de la pasada legislatura. Pero también es posible volver la vista atrás y encontrar el primer antecedente de un incidente similar al que ha protagonizado con el salmón el actual vicepresidente del Gobierno. Y los cronistas especializados en la materia han encontrado ese antecedente nada más y nada menos que en la villa de Santa Brígida, municipio en el que habitó Soria durante aquellos meses de intensa amistad con el empresario Esquivel. Fue en los albores de la democracia y la culpa la tuvo una machorra.