Fernando Toribio es hombre de poco carácter, si se quiere incluso conciliador. Hace lo que le ordena la superioridad, y hasta es posible que en el momento de redactar estas humildes líneas le estén cogiendo la camella en Maspalomas, por donde no había aparecido a última hora de la noche. Por poco se la cogen, la camella, el lunes a Jorge Rodríguez, que recaló por allí alicatado hasta el techo con el encargo de hacer ver a la militancia sureña lo conveniente que es hacer caso a los que mandan. Marco Aurelio Pérez, que es perro viejo, lanzó su ultimatun a sabiendas de que Las Palmas, como llaman a la sede central del régimen, no iba a atender su demanda porque ya se sabe que el caudillo no acepta pulsos de nadie. Y como el que avisa no es traidor, Marco Aurelio Pérez ya ha activado su particular doblete.