“Al que no le guste la bandera, que mire para otro lado”. Con esta sencilla y elocuente recomendación zanjó el portavoz del PP en el Cabildo de Gran Canaria la polémica suscitada este viernes en el pleno ordinario (pero que muy ordinario) de la Corporación alrededor de la decisión de reizar la bandera de Gran Canaria en la Plaza de los Fueros Reales, más conocida como de la Fuente Luminosa de Las Palmas de Gran Canaria. Si se fijan un poquitín observarán cómo se parece esa recomendación a la primera reacción del padre del invento del mástil de 50 metros y 300 metros cuadrados de paño, José Manuel Soria, cuando aquella provocativa inversión de 360.000 euros otorgados a dedo provocó un enconado debate ciudadano: “Se la van a tener que tragar”, dijo el presidente del PP canario a modo de sinopsis de su talante democrático. Lo malo no fue eso, ni cómo le siguieron ejecutando el paso de la oca propios y extraños; ni siquiera ha sido lo peor el hecho contrastado de que por poco se la traga un automovilista cuando se cayó por un roto o un descosido. Lo peor vuelve a ser el estilillo que destilan algunos consejeros que conforman la mayoría que capitanea como puede ese veterano curtido en mil batallas que se llama José Miguel Bravo de Laguna. Una tropa demasiado ansiosa por ganar el 20N, por recuperar el terreno perdido, por conseguir empresarios satisfechos, por conseguir dinero de empresarios satisfechos para pagar los 57.000 euros anuales de la bandera, por cumplir con los compromisos adquiridos en la campaña electoral con el fin de lograr empresarios satisfechos. Un poquito de mesura no les vendría nada mal. Y contar hasta diez, que contar saben contar.