María Belén Morales, perenne fecundidad plástica
La artista y creadora, en la más amplia acepciones de los términos, se nos ha presentado, de nuevo, con las alforjas rebosantes de renovadas ideas de arte, en sus últimas obras. Ella, la artista que invade su interior; la que fagocita con energía creadora a su persona; la que transporta y da alojada cabida al ser que la da vida sensitiva, que en un agónico sinvivir, necesita extraverter sus emociones interiores, transformadas éstas en dialécticas, por volumétricas esculturas y planimétricos dibujos. Y con ellas, con sus continuadas letanías estéticas, se manifiesta sin la palabra ni la escritura, pero sí, a través de la materia en formas plásticas; palpables y visualmente a la fruición y acuidad de los semejantes, a quienes, con sus efluvios ambientales de láudanos, que deja fluir, les va engullendo cuan un Polifemo; pero, por las sensaciones de su arte seductor.
María Belén Morales, ha hechizado el espíritu de sus admiradores de su arte, que practica in illo tempore. Y es por ello, que sus tantos adeptos, se mantienen fieles a las prédicas de su arte y a las versiones escultóricas o dibujísticas planteadas, que junto a ella y a su arte, comulgan con los mismos preceptos, en la estética de su plástica. Su actual propuesta han sido esculturas y dibujos a color, teniendo ambas su atávico origen en el tempo lento; en la maceración, en el trabajo continuado; en el silencio del momento creativo, en el juego placentero con la materia y en su conjugación estructural, y en todo el conjunta, para crear su personal obra de arte. Arte que renace de la metamorfosis de la cordura y la antinomia de la paranoia, de un momento álgido de plena concentración o clímax, emulando a los dioses del Olimpo, y que la artista tampoco sabe, de dónde surgen durante el proceso delirantes o estados emocionales que se producen durante la sublime creación, y se adentran en su mente y perturban su razón. Como enunciaba Pérez Galdós, en su novela Tristana: “Los artistas eran, según él, unos majaderos, locos y falsificadores de las cosas, y su única utilidad consistía en el gasto que hacían en las tiendas comprando los enseres del oficio. Eran, además, viles usurpadores de la facultad divina, e insultaban a Dios queriendo remedarle, creando fantasmas de cosas, que solo la acción divina puede y sabe crear; (...)” La artista para llegar a esa obnubilación ocasional, tiene y debe partir de un plano, una forma; o una idea instalada de los recónditos de los abisales de su psiquis, para vivificar una nueva creatura a la mater natura.
Ha sido el cardón, tan silvestre planta lactosa, que pervive en nuestros riscos isleños, la que, en esta ocasión, ha tenido como vértice de la epifanía de su musa. Proyecto que titula: Proceso. No quiere significar que la elección de este “tema” o motivo de partida, la tilde de artista localista: nada más irreal, porque su arte es universalista, en sus propuestas perceptivas y representativas.
Las esculturas son generadas por un proceso de experimentación de complacencias lúdicas ?aunque con el dolor que produce la ardua creación?. En la construcción de planos que conforman y dan configuración a la obra tridimensional, desde postulados de liberalidad. Éstas en bronces o acero cortén; teniendo las primeras la virtuosidad técnica en la aplicación de escarificados o rugosas de sugerentes resultados texturales, que conjuntadas en sus planos constructivos, dan origen a una analítica versión sui generis de formas prismáticas, en el originario cardón.
Los dibujos, también tienen su raíz primigenia en la escultórica planta, pero como es pauta en la artista, éstos están concebidos en planos estructurales aislados, que rompe, para generar otros nuevos y diversos. Seccionados en cada dibujo por imaginarios planos oblicuos, dividiendo la obra en dos partes, siendo diferenciadas por el juego de las bien inventadas luces, que María Belén va recreando, con las técnicas duras con que plasma el dibujo. Luces y sombras, que desde soportes de negros papeles, crean aparentes claroscuros en la planitud cubista de las formas dibujadas, conjugados todos con un magistral dominio de armonizados matices, que la pulcritud de los trazados en verdes cetrinos o vejigas, arroban los sentidos de quien los contempla.
María Belén Morales es una artista de pro, que ni la solera del tiempo ni la desgana del deber cumplido con su prolífica obra, de toda una vida, la hacen declinar en su perenne creación y cualitativo arte: vivir para el arte.