Sindicatos en la encrucijada

La reforma laboral auspiciada por el Gobierno de Mariano Rajoy dibuja un horizonte aún más confuso para las organizaciones sindicales. La pérdida de poder en la representación colectiva de los trabajadores, con la primacía de los convenios empresariales sobre los sectoriales y la posibilidad por parte de los empresarios de modificar las condiciones laborales si acumulan tres trimestres de pérdidas, plantea un nuevo desafío en un escenario que ya era complicado, con una sensación cada vez más acuciante de divorcio entre la cúpula sindical y la base social.

Un descontento que las dos principales centrales sindicales del país, CCOO y UGT, atribuyen a una campaña de desprestigio fomentada por la derecha política y mediática y que tendría su último episodio en las declaraciones realizadas recientemente por Mercedes Roldós, ex consejera de Sanidad del Gobierno canario, a propósito de la reforma laboral. ''A los sindicatos se les acabó el business'', dijo la popular en una entrevista en la Cadena SER.

CCOO, la central con mayor fuerza en Canarias, ha perdido, según datos facilitados por la propia organización, unos 6.000 afiliados en el Archipiélago desde 2008, aunque mantiene 46.790 y unos 5.400 delegados en las empresas. UGT, por su parte, tiene en torno a 30.000 afiliados y 4.242 delegados en las Islas.

Para el historiador Sergio Millares, un amplio sector de la izquierda ve a las fuerzas sindicales mayoritarias como “estructuras burocratizadas” que se han visto beneficiadas “parcialmente” por las mieles del poder y que se mueven entre “la reivindicación y el acomodo”. ''Critican la reforma con sordina por las propias limitaciones de las estructuras sindicales y por los recursos del Estado, porque reciben un porcentaje importante en subvenciones“, subraya.

Millares sitúa el origen de la brecha entre la cúpula y las bases en los Pactos de La Moncloa firmados en 1977. ''Los planteamientos de los trabajadores hacia un sindicato único, con unas mismas estructuras para incrementar la presión frente a la patronal, fueron dejados de lado y se primó la entronización de cúpulas, aupó a los sindicatos, les dio poder y se acomodaron. Se beneficiaba la burocracia sindical, pero la base social se veía perjudicada porque la desunión le restaba fuerza frente a la patronal“, explica.

El también historiador Domingo Gari, miembro de Alternativa Sí se Puede, incide en la desorientación de las fuerzas sindicales en las circunstancias actuales. “Hace 30 o 40 años estaba claro que había un proceso de conquistas de derechos laborales. Ahora estamos en una etapa de retroceso a la que se suma esta sensación de no saber a dónde ir”, señala Gari, que expone que se ha producido una pérdida de referentes. “¿Cuáles son los horizontes de transformación social y laboral a los que pueden aspirar los trabajadores? Están un poco difuminados”, dice.

Según Sergio Millares, la reforma laboral abre la veda hacia un nuevo modelo sindical y dinamita el “frágil equilibrio” que se había impuesto en la época de la Transición. *Si los empresarios y el Gobierno no quieren a los sindicatos en la negociación colectiva, habrá una mayor combatividad y ahí está el fantasma del modelo griego, de la batalla en la calle“. Para Millares, la ruptura del marco actual podría derivar en una radicalización de las posiciones de las cúpulas sindicales y, por lo tanto, ”una mayor sintonía con la base social“. ”Quieran o no quieran las estructuras sindicales, el deterioro de las condiciones sociales va a generar una mayor conflictividad. Es una situación explosiva“, recalca.

Domingo Gari plantea la necesidad de regresar a planteamientos más combativos frente al sindicalismo anclado en el ámbito asistencial y de negociación. “Los sindicatos deben recuperar su carácter de lucha y dejar de ser instituciones que se dedican a pastelear con el Gobierno o la patronal sobre cómo hacer o no una reforma. Habría que fortalecer los sindicatos en lo que eran en su origen, en los años de clandestinidad y en 1976 o 1977”.

El historiador tinerfeño considera que, a raíz de la reconversión industrial y de la “pérdida del sindicato independiente con ideas autónomas”, CCOO y UGT se han terminado confundiendo con el aparato del Estado. “Están adocenados, han dejado de tener el potencial de transformación y de cambiar algo en esta sociedad. Son estructuras muy burocratizadas, que viven más de las subvenciones que reciben del Estado que de las cuotas de la militancia y, en esas condiciones, cuando movilizan, lo hacen básicamente a sus cuadros sindicales”, afirma. “De los otros sindicatos cabe esperar respuestas más contundentes, pero no tienen fuerza. Se encuentran en un embudo con poca capacidad de reacción a los desafíos que plantea el capital”, añade.

Como horizonte, Gari enfoca hacia latitudes septentrionales: “En el centro y el norte de Europa existe un sindicalismo poderoso y los ataques a la clase trabajadora son menores. En Cantabria, País Vasco o Asturias también existe una fuerte tradición sindical y están en los niveles más bajos de paro de España, entre un 12 y un 15%”.

Sergio Millares rechaza, no obstante, la “crítica fácil” a los sindicatos. “La culpa de la crisis no la tienen los sindicatos, sino sus contrincantes, que son los especuladores y una clase empresarial parásita, rentista, acostumbrada al dinero fácil y que no invierte en el largo plazo. Es el mal endémico de la economía española”, concluye.

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