Empujados a huir por su orientación sexual: “Aquí no protegemos a gente como tú”

Artem, solicitante de asilo en España que huyó de Rusia al temer por su integridad física por su orientación sexual

Natalia G. Vargas

Las Palmas de Gran Canaria —

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“Aquí no protegemos a gente como tú”. Las autoridades rusas respondieron así a Artem cuando acudió a denunciar una paliza de un grupo skinhead por su orientación sexual en 2018. Después de haber sido despedido de su trabajo por ser profesor homosexual y de sufrir bullying desde los 14 años, decidió escapar a Gran Canaria para solicitar asilo en España. Al otro lado del planeta, en Venezuela, Paola (nombre ficticio) recogió sus cosas en 24 horas y partió a Colombia, después de que la Aviación Militar Bolivariana a la que pertenecía descubriera que era lesbiana. En ambos países, la situación de las personas transexuales es “muchísimo peor”. “En Venezuela parte del trabajo de las fuerzas de seguridad se centra en ellas. A veces contratan el servicio de quienes ejercen la prostitución. Es una trampa. Las violan, asesinan y las tiran a un río”, revela Paola. El estudio Violencia contra personas LGBTI elaborado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos refleja que entre 2009 y 2013 se documentaron en torno a 46 asesinatos en el país. Al menos 70 lugares del mundo arrastran aún leyes que criminalizan al colectivo. En otros estados, no hay condena penal, pero sí social. 

Cinco kilómetros al oeste de Moscú, Artem pasó su infancia y su adolescencia sintiéndose “un bicho raro”: “La gente y la televisión te dicen que tienes una enfermedad”. A los catorce años no pensaba que exponer sus sentimientos en público fuera tan peligroso, hasta que cometió “la estupidez” de subir una foto con su novio a su perfil de Facebook. “Pensé que a la gente le iba a dar igual, pero tras hacerlo no podía ni siquiera salir al centro de mi ciudad”. La vigencia de la Ley rusa contra la propaganda homosexual legitima y justifica las agresiones policiales al colectivo. “Si voy con mi novio de la mano por la calle nos pueden detener, insultar o golpear. Está bien visto que la policía proteja a los rusos de esta enfermedad”. 

La entrada en vigor de esta norma supuso, desde el punto de vista del joven, la normalización de la lgtbifobia. Recuerda cómo antes incluso uno de los grupos musicales de referencia era Tattoo, integrado por una pareja de mujeres. “Ahora, la ciudadanía rusa cree que cuando dos mujeres están juntas es porque son amigas o porque no han encontrado a un hombre de verdad”, explica Artem. Una de las últimas medidas homófobas del país que lidera Vladimir Putin es la prohibición expresa del matrimonio homosexual en la Constitución. En Venezuela, según la experiencia de Paola, tampoco hay respeto ni justicia para la población LGTBI. “La policía puede irrumpir en tu casa, darte una paliza y marcharse. Si en esa casa hay alguien del colectivo la revientan a morir y eso es lo que alegan, que estaban actuando de manera lasciva o se inventan que había menores delante”. 

La represión y la exclusión social que el joven ruso vivió durante toda su vida le condujeron a cuestionar su orientación sexual e incluso a intentar mantener relaciones sentimentales con mujeres. En otros casos, algunos hombres se casan con personas del sexo opuesto para ocultar su sexualidad y otros acuden a terapias para “curarse” a través de electroshock u “operaciones en el cerebro”. La posibilidad del colectivo de agruparse y movilizarse es nula. Artem explica que hay algunas asociaciones en Moscú y San Petersburgo que trabajan de manera clandestina por seguridad. Cuando él iba a las reuniones, en la recepción del edificio debía decir que tenía cita con el psicólogo. No reprimir su forma de ser le ha costado su relación con su padre, con quien no tiene relación en la actualidad. Su madre sí le apoya: “Ella lo que quiere es que yo sea feliz”. En enero de 2019, después de romper con su historia y huir a España, solicitó asilo. Le entrevistaron en mayo y aportó a su expediente imágenes de sus lesiones, declaraciones de testigos y capturas de pantalla entre otras pruebas. Desde entonces sigue esperando a que le concedan la condición de refugiado. “Me dijeron que aproximadamente en dos años tendría una respuesta”. 

La petición de Paola fue denegada, a pesar de que en Venezuela fuera encerrada, amenazada, torturada e investigada por su orientación sexual. Pero sí ha recibido una plaza de acogida humanitaria. “Cuando tramité mi solicitud, quienes me asesoraron me dijeron que muchas veces los expedientes ni siquiera son leídos, sino que aprueban únicamente aquellos que son de extrema notoriedad, como los referidos a las víctimas de trata”. Las organizaciones especializadas ya advirtieron en 2016, según una información publicada por eldiario.es, de que los estereotipos que perviven en España respecto a la población LGTBI condicionan las valoraciones de la Oficina de Asilo, dependiente del Ministerio del Interior. Un ejemplo es el “criterio de discreción” que sostiene que si los solicitantes “son discretos” no tendrían que huir de sus países. La psicóloga del colectivo GAMÁ, María José Hinojosa, subraya la situación dramática que atraviesan las personas que huyen de sus países por pertenecer al colectivo: “Rompen con toda su historia, con su cultura, se quedan sin lugar de origen”. A esto se le suman las dificultades de integración en el país al que llegan y el duelo migratorio. 

La Iglesia, “por encima del Gobierno” 

Paola dedicó diez años de su vida a la Aviación Militar Bolivariana. Siempre tuvo que mantenerse “bajo perfil” y “neutralizarse por completo” para no arriesgar su puesto académico ni echar por la borda el esfuerzo físico, mental y económico que realizó para llegar a ese punto. Dentro de la institución, a ella y a sus compañeras les advertían del riesgo de adoptar “conductas homosexuales inapropiadas en el país”. “Creen que las personas homosexuales lo son porque adoptan modas o tendencias que ven en otros países”. Los acontecimientos políticos que ha vivido Venezuela en los últimos años y los episodios de violencia que ha sufrido su población justificaron las investigaciones a las personas “sospechosas de pertenecer al colectivo LGTBI”. Paola, para protegerse, decidió retirarse de su cargo de oficial y darse de baja en la institución. Fue entonces cuando las autoridades comenzaron a indagar sobre su vida política, social y personal. 

Cuando descubrieron que era lesbiana, empezaron los ataques. Primero fueron verbales: “Eres una deshonra”. Después continuaron las presiones hasta que un sábado por la mañana tocaron a su puerta y la llevaron a un centro de detención. Allí estuvo tres días recibiendo golpes: “Me decían que me había burlado de ellos por ser lesbiana y estar en la Aviación Militar”. Cuando fue puesta en libertad se puso en contacto con una persona de confianza que estaba en el exterior y en la mañana del seis de abril recibió una llamada: “Tienes 24 horas para salir del país”. “Yo creía que si me daba de baja de la institución podría vivir mi vida tranquila en Venezuela, pero luego me di cuenta de que la única forma de conseguirlo era abandonar mi hogar”. Esa misma tarde cogió una guagua hacia Colombia, donde ahorró dinero para luego partir a España. Dejó de hablar con su familia durante un mes porque temía por su seguridad. “El Gobierno arremete contra lo que tú más quieres”. 

Paola y Artem confían en que el odio hacia la población LGTBI en sus países cese. Pero saben que no es tarea fácil. “En Venezuela la Iglesia está siempre encima del Gobierno y por el momento no va a permitir que nada cambie. Tampoco el machismo. La mujer debe ser sumisa y si es posible hasta aguantar golpes. Ese es el modelo que venden, no hay otro”. En Rusia es necesaria una renovación política. “Todo depende de cuándo se vaya el presidente actual y todos los políticos que aún tienen la ideología de la Unión Soviética. Tardará mucho, pero hay esperanza”. 

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