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Todos los fuegos el fuego

Efectos del incendio en la cumbre de Gran Canaria. (ÁNGEL SARMIENTO)

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

“Todos los fuegos el fuego” tituló Julio Cortázar el séptimo de los ocho cuentos integrados en el pequeño volumen que ya en 1966 conoció las cuatro ediciones iniciales en la de la Editorial Sudamericana, de Buenos Aires. Nada que decir sobre el autor que no se haya dicho ya salvo que los incendios forestales me empujan a un viaje por el espacio y el tiempo, como los que propone Cortázar en su librito así que regreso concretamente y por un momento a la vez remota en que a la jarca de adolescentes veraneantes que todavía éramos se nos fue de la mano el fuego acabado de prender en un manchón de hierba seca en lo alto de la montaña del pueblo de cuyo nombre prefiero no acordarme, no vaya a corporizarse el alma de Pepito, el guardia en la puerta de mi casa a pedirme cuentas. Todo ocurrió porque vino una inesperada brisa de soplo suave, pero constante, a levantar las llamas que ganaron altura y no les digo del tamaño de la sorpresa cuando, ya de vuelta al pueblo, comprobamos que nadie se había percatado de nada.

Pasaron los meses y los años ante del día en que oí, de manera incidental, un comentario sobre la rutina pastoril de quemar la yerba seca para que vuelva a crecer el buen pasto verde y potente con las primeras lluvias: debieron atribuir a los pastores la quema del manchón aunque, a veces, pienso que eso no se lo oí yo a nadie sino que la conclusión obedecía al deseo subconsciente de que así fuera y liberarme de un ya muy vago sentimiento de culpabilidad. Dicen que esas cosas pasan e inspiran a los guionistas de cine y de TV. “Cuando un bosque se quema, algo suyo se quema” rezaba, en fin, un eslogan franquista para la prevención de incendios que el inolvidable Chumy Chúmez reprodujo en una de sus viñetas añadiéndole a la frase un “señor conde” que lo convirtió en ironía latifundista más que en solución a mi sentimiento de culpabilidad. .

A lo que iba: el terrible incendio grancanario de estos días me recordó el título dado por Cortázar a su ramillete de cuentos. Entre otras cosas porque ardió Gran Canaria a pocas fechas de la reunión del G7 en Biarritz, que es, ya ven, la ciudad francesa en que murió Fernando de León y Castillo en 1918. Un encuentro el del G7 marcado, en esta ocasión, por los problemas medioambientales del cambio climático que se impone sobre el parecer del famoso primo de Rajoy. Hasta el punto de que el presidente francés, Enmanuel Macron, lo incorporó a su discurso al amenazar con bloquear el reciente acuerdo de libre comercio UE-Mercosur ante las “mentiras” del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro; éste, ya saben, acusó a las ONGs medioambientalistas de provocar los incendios forestales de Brasil, Bolivia y Paraguay, tres de los cuatro países amazónicos fundadores de Mercosur. Le escoció a Bolsonaro el vídeo en que Macron lo califica de “idiota” y reprochó al presidente francés que metiera las narices, como el colonialista que es, en una cuestión interna brasilera, que por tal tiene Bolsonaro a la Amazonia. Pero Macron no está solo pues Leo Eric Varadkar, primer ministro de Irlanda, tampoco está dispuesto a ratificar el acuerdo de libre comercio si Brasil sigue incumpliendo sus compromisos en la defensa del medio ambiente.

No está de más subrayar cuan significativas son las posiciones de Macron y Varadkar. Los dos presiden gobiernos muy presionados por el sector agropecuario de sus países a los que preocupa el acuerdo de libre comercio con Mercosur que daría entrada a una fuerte competencia de las producciones latinoamericanas. No hay demasiadas variantes respecto a la solución del problema sólo que si por parte europea se tienen en cuenta, al menos lo parece, los intereses de los implicados, a Bolsonaro le interesan los recursos naturales y por supuesto la ganadería y la agricultura. Imagino que sin indios, que siempre resultan un engorro. Cuestión, en definitiva de espacio y tiempo que siempre es el que es

Los fuegos canarios

No era mi intención ocuparme de la que se traen en Biarritz porque, ya saben, pega uno a rajar, luego se ponen ellos de acuerdo y te dejan con los glúteos al aire. Empecé contándoles de un susto adolescente como entradilla a un comentario al terrible incendio de las cumbres grancanarias y la cosa cogió derroteros diferentes que parten de la pena que da ver cumbres y campos ennegrecidos por la quema feroz. Alivia la pesadumbre que no hubiera víctimas humanas y que podamos confiar en la más que comprobada capacidad de recuperación de la flora canaria, aunque no sepa si esa cualidad milagrosa es exclusiva de los pinos, si la tienen a otras especies vegetales y las bacterias e insectos que aportan a los suelos sus propiedades edafológicas. Todos hemos visto alguna vez cómo, al cabo de cierto tiempo desde el incendio, los pinos liberan del negro de sus troncos el verde de la vida que retoña con fuerza. No sé si ocurre lo mismo con la fauna característica de estos andurriales entre la que incluiría a los insectos y a las bacterias que determinan las propiedades edafológicas del suelo. Son muchos los aspectos a considerar en los que no insistiré porque, qué quieren, igual son ya actividades que se realizan sin que me haya enterado y me cogen con estos pelos.

En cualquier caso me gustó la iniciativa de convocar en Las Canteras a los miles de personas que aplaudieron al paso a las tripulaciones de los helicópteros y aviones que trabajaron hasta la extenuación para controlar y apagar los fuegos. Sin olvidar, por supuesto, a quienes organizaron en tierra las operaciones que les encomendaron. Si en unas líneas anteriores recordé lo de que “cuando un bosque se quema, algo suyo se quema, señor conde”, añadiré ahora que quienes se plantaron en el paseo de Las Canteras para aplaudir a las tripulaciones de los aviones y helicópteros permiten creer que muchas cosas han cambiado y que el bosque, ahora sí, es de todos. Constatación a la que añado, como nuevo motivo de regocijo, el reconfortante gesto del Club Deportivo Tenerife para animar a los grancanarios a sobrellevar el tremendo golpe que acabamos de recibir.

También me parece positivo que ni las autoridades autonómicos ni las insulares hayan pugnado por chupar cámara, afán que ha provocado no pocas situaciones ridículas. Me parece haber observado, intuido más bien a través de las informaciones, una corriente de solidaridad y entendimiento entre políticos muy de agradecer. Da la impresión, por ejemplo, de que Torres no es hombre pendiente de su lucimiento personal siempre dispuesto a quitar de en medio a quien le haga sombra. Supo estar en su sitio como también hiciera Antonio Morales, de los más escarnecidos desde círculos interesados en hacerlo desaparecer por razones que algún día se sabrán. Como se sabrá la razón de que fallara el claro intento de demolición del todavía presidente del Cabildo. Morales, en fin, se echó a un lado no trató de taponar a Torres y nada hizo para impedir que el peso de transmitir las informaciones recayera sobre Federico Grillo, director técnico de Emergencias del Cabildo grancanario. Cumplió Grillo como corresponde y aunque estoy lejos del meollo de estos asuntos, tengo la impresión de que la administración autonómica canaria ha entrado en una etapa de madurez que me ha sorprendido, para qué decirles otra cosa. Espero que no sea un espejismo.

Sin embargo, creo que le falta pasar la prueba del nueve, que se decía en lo antiguo. La que para mí sería que de una maldita vez revelen el resultado de las investigaciones de las causas de los siniestros; que sepamos si han sido consecuencia de alguna actuación humana, intencionada o no; si resultado de la caída de un rayo o del chisporroteo de un tendido eléctrico. Siempre prometen la información pero, que yo recuerde, nunca la han dado. Sin obviar las circunstancias que aumentaron el alcance del siniestro y sin olvidar cuanto ayudan al fuego los vertederos incontrolados, los entullos vegetales de cañas, zarzas en los viejos canales, acequias, barranquillos y barrancos. El abandono de la agricultura se dice y repite como una de las primeras y más importantes causas de los incendios al multiplicar los lugares en que puede declararse un incendio. Realmente, no hay una política coherente de eliminación de despojos que acabe con los vertederos “espontáneos” y evite ciertas formas de tratar a los administrados como si fueran delincuentes en potencia o simples toletes de los que abusar. Un buen ejemplo de esa forma de tratar a la gente es el caso de cierto ayuntamiento del Norte grancanario que cobra la recogida de basura domiciliaria sin hacerla, porque “eso es así”. Es la idea perversa de que el ciudadano no es tal sino alguien que está ahí para que se le exprima.

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