Lo que cuesta la cuesta

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Pasado el jolgorio y el regocijo y apagadas las luces de Navidad que hacían que La Palma se viese desde la Luna comenzamos a remar cuesta arriba con la sobriedad requerida. Busco un canal de estos de pago y que además quieren llevarte al huerto, aunque yo como Groucho no soy socio de ningún club que me admita a mí como socio (con la excepción del Teleclub de las Ledas de cuyo membership me honro), y comienzo a ver una película que me venden como de acción. Se trata de una hermosa mujer madura, espía según parece, que vive también según parece en una cabaña en un monte nevado, digo según parece porque no está nada claro, ni qué pinta ella allí, ni por qué se siente vigilada si no aparece nadie ni en pintura, tiene un perro, como todo el mundo hoy en día, sale, entra, se prepara un té, la llaman por teléfono, la amenazan de algo que no entiendo, ve un video de una examante espía como ella según parece y al parecer rompieron pero se siguen queriendo, en el video aparece un chino que no sabemos qué pinta allí, no pasa nada, baja al pueblo, ni un cortado en un bar, vuelve, espero que puesto que la actriz  es hija de un famoso director de cine erótico italiano al menos se acabe enrollando con su ex, que eso se lleva,  pero nada de nada, me digo que si ni siquiera el productor cree en la película porque habría de creer yo, salgo a la calle, está muerta, no hay crucero, bares vacíos, veo a dos amigos, arreglamos el mundo y cada vez que lo arreglo acabo yo desarreglado, vuelvo a casa, la película está llegando al fin, la actriz me mira como disculpándose, busco otro canal y están dando un nuevo capítulo de la quinta temporada de Fargo, una maravilla, la protagonista es mi heroína, una ama de casa invencible, y sé que al fin tengo por delante un rato de diversión, el mundo no está tan mal después de todo y sigo pedaleando cuesta arriba agarrado al talento redentor del arte. Es lo que hay.

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